viernes, 2 de marzo de 2012

Capital social y estrategias de supervivencia, programa Nº 83 del 3 de febrero del 2012

El concepto de estrategias en las ciencias sociales latinoamericanas

Desde mediados de los cincuenta, y en especial en la década de 1960, la reflexión en las ciencias sociales latinoamericanas estuvo marcada por la preocupación por el cambio social, explicado desde diferentes enfoques, tanto por la teoría de la modernización de Gino Germani como por las distintas vertientes de la teoría de la dependencia o los enfoques más clásicamente marxistas. Los trabajos teóricos de estas últimas corrientes incidieron en (y fueron a su vez influenciados por) los movimientos políticos y sociales de la época que culminaron con los procesos dictatoriales que asolaron buena parte de América Latina en los setenta.
Esa década y la siguiente, se caracterizaron por el cuestionamiento neoliberal en los países capitalistas avanzados al Estado de Bienestar, y por la instauración de modelos de libre mercado en nuestra región (el Chile de Pinochet es un caso tan temprano como paradigmático). En ese contexto, de la preocupación por el cambio social se pasa a la pregunta sobre la capacidad de reproducción del capitalismo en sociedades con grandes masas de población marginal, para usar la terminología de la época (Hintze, 1989).
Así, los estudios sobre estrategias se interrogan sobre “¿cómo subsiste materialmente la población que no puede percibir un ingreso suficiente para satisfacer sus necesidades?” (Duque y Pastrana, 1973)3. O por “¿cómo sobreviven los marginados?” en barriadas del Distrito Federal en México (Lomnitz,
1975). La pregunta por la sobrevivencia limita el campo de estos estudios a grupos sociales que se encuentran a nivel de subsistencia: “excluidos” de los beneficios del orden económico y “subordinados” desde el punto de vista de la organización sociopolítica imperante (Rodríguez, 1981). En general los estudios de este tipo asumieron un consenso no demasiado explicitado: la ausencia de preguntas sobre la génesis de estos sectores, preocupación recurrente de las ciencias sociales de la región unos años antes a través de las distintas teorías de la marginalidad. “De hecho ya no interesa qué los origina, parece bastar con saber que aquí están y sin conflictos demasiado evidentes, ni tensiones masivas, logran sobrevivir” (Hintze, 1989).
Una propuesta más abarcativa respecto de los sujetos de las estrategias se encuentra en los trabajos de Torrado en Argentina (1981), quien propone desligar el uso del concepto de los comportamientos referidos a “la subsistencia mínima, básica, fisiológica” y postula su reemplazo por el de estrategias familiares de vida definidas a partir de la inserción de clase de las familias; un camino similar sigue
Borsotti (1981). En un estudio sobre Quito, Ecuador, Sáenz y Di Paula (1981) lo denominan estrategias de existencia con un enfoque más amplio, que refiere a las actividades realizadas -con miras a alcanzar su reproducción ampliada- por el
“conjunto de los sectores populares y no sólo los grupos más pauperizados.”. De acuerdo con preocupaciones que aún se encontraban presentes en las ciencias sociales, en estos autores, al igual que en Torrado, el concepto se relaciona con el las clases sociales, lo cual no ocurre en los trabajos sobre estrategias desarrollados en los últimos años.
Coincidentemente, en buena parte de los estudios mencionados subyace la inquietud por relacionar la reproducción de los sectores populares a la de la sociedad en su conjunto4. En esa línea utilicé el término estrategias de reproducción para referirme a aquellas que (conciente o no concientemente)
desarrollan los sectores populares urbanos para satisfacer sus necesidades de alimentación, vivienda, educación, salud, vestuario, etc., planteando que “la unidad familiar genera o selecciona satisfactores para alcanzar sus fines reproductivos por medio de la combinación de las posibilidades a su alcance a través de un entramado de actividades que la relacionan con los demás agentes sociales”5 (Hintze, 1989).6
Sobre la base de Przeworski (1982) sostuve también que los comportamientos de los sujetos sociales son conformados -y a la vez conforman- alternativas que se les presentan como posibilidades objetivas y operan como “restricciones paramétricas” a su accionar. “Y es en este punto en que el concepto de estrategias aparece efectivamente como nexo entre elecciones individuales y estructuras sociales, en tanto remite más que a acciones racionales guiadas por normas y valores interiorizados a opciones posibles [...] Cuando la gente opta lo hace dentro de condiciones sociales que determinan objetivamente las consecuencias de sus actos, por medio de la propia experiencia y conocimiento de las relaciones sociales [..] y desde sus condiciones reales de vida” (Hintze, 1989).
Así, la idea de las estrategias como un entramado social complejo de comportamientos no remite sólo al plano de lo económico ni de la reproducción material. Las acciones de las familias se conforman en lo que Bourdieu denominara en diversos trabajos “habitus”. En tanto organizador de la experiencia, este concepto enfatiza que las relaciones económicas entre clases y grupos sociales no son independientes de las instancias ideológicas, culturales y políticas constitutivas de lo social.
Como se verá más adelante, el concepto parece haber llegado para quedarse. Las condiciones de desarrollo de la región que pasan de la “década perdida” de los ochenta (según la descripción de la CEPAL) al crecimiento sin empleo y con fuerte
desigualdad y pobreza con las que termina el siglo XX y comienza el actual, posiblemente expliquen por qué -manteniendo gran fidelidad respecto de la denominación inicial de treinta años atrás- el uso más frecuente sigue siendo el de estrategias de supervivencia.

Acerca del capital social

Desarrollado en los países capitalistas avanzados alrededor de los mismos años7, el concepto de capital social toma peso en las ciencias sociales latinoamericanas en los noventa, en buena medida de la mano de la versión de Putnam (en 1994, al año siguiente de su publicación en inglés, había ya una traducción al español de
“Making Democracy Work”). No puede tampoco desconocerse la influencia del interés puesto por organismos como el Banco Mundial y el Banco Interamericano de Desarrollo en la utilización del concepto.
Ambiguo, conceptualmente equívoco, imprecisamente definido, conducente a razonamientos circulares, dudosamente operacionalizable, polisémico, nuevo nombre para cuestiones largamente trabajadas por la sociología y la antropología
(Herreros y de Francisco, 2001; Lechner, 2000; Levi, 2001, Portes, 1999, Smith y
Kulynych, 2002), son algunos de los cuestionamientos que el concepto ha recibido simultáneamente con su masiva aceptación.
Según Portes (1999) su popularidad (“parcialmente exagerada” según sus palabras) se justifica por su capacidad para poner el acento sobre “fenómenos reales e importantes”. La exageración deviene del hecho de que no son fenómenos nuevos y han sido ya estudiados: “llamarlos capital social, es en gran medida, sólo un medio de presentarlos con un porte conceptual más atractivo”. A ello le suma la convicción de que hay pocas razones para suponer que el capital social suministrará remedio a los grandes problemas sociales, tal como sustentan algunas versiones derivadas del análisis de Putnam.8 Considera, sin embargo, que en tanto “denominación abreviada de las consecuencias positivas de la sociabilidad” el concepto tiene “un lugar definido en la teoría sociológica”.
Por su parte, Norbert Lechner (2000) considera que no es ajena a tal popularidad la conceptualización equívoca que facilita interpretaciones diferentes. Por una parte, la lectura neoconservadora “aprecia en el concepto las virtudes de la comunidad históricamente crecida y ahora amenazada por los sistemas abstractos.”. Por otra parte, para la visión neoliberal, son importantes las posibilidades de una sociedad auto-organizada y autoregulada para resolver las fallas del mercado sin necesidad de una intervención estatal que resalta el concepto. Finalmente, los partidarios de la "tercera vía" a lo Tony Blair visualizan la complementariedad de políticas públicas y asociatividad ciudadana.9
Previo a su masiva difusión en estas versiones y desde otra perspectiva, el concepto fue formulado por Bourdieu quien lo relaciona a sus preocupaciones centrales: las estructuras y procesos que facilitan la reproducción del poder y los privilegios (Smith y Kulynych, 2002). Por esa razón, y en función de lo que se desarrollará más adelante, se considera que este autor ha producido la elaboración más pertinente dado que el capital social no puede ser desligado –y mucho menos autonomizado- del capital económico, a cuya reproducción
contribuye.10
La formulación más acertada se encuentra en un trabajo breve de Bourdieu de
1980. Aserto que proviene de la precisión con la cual lo relaciona con los atributos del capital en sentido convencional: acumulación, inversión, mantenimiento, rendimiento, movilización, concentración, todas ellas características que asume un concepto que utiliza para referirse a los propietarios del capital: “El capital social
es el conjunto de los recursos actuales o potenciales vinculados a la posesión de una red duradera de relaciones más o menos institucionalizadas de interconocimiento e interreconocimiento; o dicho de otro modo, a la pertenencia a un grupo”, en el cual sus miembros están unidos por “vínculos permanentes y útiles” que se basan en intercambios materiales y simbólicos (Bourdieu, 2001).
El volumen del capital social depende de la extensión de la red y de los recursos que poseen los componentes de la red: “...La red de vínculos es el producto de estrategias de inversión social destinadas de modo conciente o inconciente a la institución o reproducción de relaciones sociales utilizables...”. El autor señala que el capital social no es algo natural -ni tampoco “algo dado socialmente”- por el contrario (del mismo modo que el capital convencional, se podría agregar) es resultado de una construcción, que supone importantes inversiones materiales, simbólicas y de esfuerzos que implican otros gastos (el resaltado es mío). Su utilidad se expresa en los beneficios materiales y simbólicos (el prestigio, por ejemplo) que permite apropiar y esos beneficios dependen de la participación en la red de relaciones.
La construcción del capital social permite convertir “relaciones contingentes” (vecindad, parentesco y otras) en “relaciones necesarias y electivas” que conllevan obligaciones institucionales, comunicacionales y sentidas (como respeto, amistad, gratitud). Así la reproducción del capital es tributaria de instituciones, que delimitan los intercambios legítimos y excluyen los ilegítimos
“favoreciendo oportunidades (mitines, cruceros, cacerías, recepciones, etc.), lugares (barrios elegantes, escuelas selectas, clubes, etc.) o prácticas (deportes para ricos, juegos de sociedad, ceremonias culturales, etc.)” (Bourdieu, 2001), a través de las cuales incrementa su capital privado un propietario de capital convencional. Bourdieu y Coleman11 (con las diferencias que existen entre ambos) sostienen una perspectiva “estructural” del capital social en contraposición de la “disposicional o cultural”, tipo Putnam o Fukuyama. Según Herreros y de Francisco (2001), quienes realizan esta distinción, la primera perspectiva pone el acento en los recursos disponibles por los actores sociales, derivados de su participación en redes (acceso a información, obligaciones de reciprocidad, aprovechamiento de normas sociales cooperativas). La segunda considera al capital social como un fenómeno subjetivo compuesto por valores y actitudes de los individuos que determinan que se relacionen unos con otros, apoyados en la confianza social y pautas de reciprocidad y valores de cooperación compartidos.
Si el concepto de estrategias familiares o de reproducción se interrogaba sobre la reproducción de los individuos, grupos y clases y, en menor medida, de la sociedad capitalista en su conjunto, el de capital social (exceptuando la formulación de Bourdieu) pone el acento en las condiciones y posibilidades del desarrollo económico y político de estas sociedades12. Así el capital social, que
“refiere a características de la organización social, como por ejemplo redes, normas y confianza, que facilitan la cooperación y la coordinación en beneficio mutuo” (Putnam, 2001) constituye para este autor “un ingrediente vital para el desarrollo económico en el mundo” y una condición para la revitalización de la democracia y el buen gobierno. Es ésta a su vez la línea que sobrevive exitosamente a las críticas y orienta los trabajos empíricos y recomendaciones de política. Un buen ejemplo aparece en la siguiente definición:
“El capital social se refiere a las instituciones, relaciones y normas que conforman la calidad y cantidad de las interacciones sociales de una sociedad. Numerosos estudios demuestran que la cohesión social es un factor crítico para que las sociedades prosperen económicamente y para que el desarrollo sea sostenible. El capital social no es sólo la suma de las instituciones que configuran una sociedad, sino que es asimismo la materia que las mantiene juntas.”13 (www.worldbank.org/poverty/spanish/scapital)
¿Por qué es esta la perspectiva de mayor vitalidad y que se ha desarrollado con fuerza? La pregunta se justifica sobre todo si se considera que este desarrollo se produce en momentos en que -como señalan Smith y Kulynych (2002)- resulta casi una ironía la explosión de trabajos (académicos, políticos, periodísticos) que explican una amplia variedad de problemas en términos de capital social, justamente en el momento en que las desigualdades de riqueza e ingreso han adquirido enormes dimensiones en el capitalismo a nivel global. Lechner ofrece un tipo de respuesta. A su criterio “la globalización exige estrategias de competitividad sistémica que presuponen la participación de las personas involucradas”, aunque la organización de la participación suele plantear problemas debido a que “la gente quiere beneficiarse de los resultados de la acción colectiva, sin pagar los costos de la cooperación”. Basándose en Putnman y Grootaert, sostiene que este dilema puede ser superado mediante una sociabilidad generadora de lazos de confianza y cooperación. Para este autor el aporte del capital social es permitir: “1) compartir información y disminuir así la incertidumbre acerca de las conductas de los otros; 2) coordinar actividades y así reducir comportamientos oportunistas; 3) gracias al carácter reiterativo de la relación, incentivar la prosecución de experiencias exitosas de colaboración y 4) fomentar una toma de decisión colectiva y así lograr resultados equitativos para todos los participantes” (Lechner, 2000).
Otra respuesta apunta a las implicancias del propio término capital. En tanto el lenguaje es una construcción social e histórica, el término arrastra inevitablemente un conjunto de significaciones imposibles de obviar. Al respecto, Smith y Kulynych
(2002) sostienen las siguientes argumentaciones duras de rebatir: en la terminología jurídica del derecho romano en adelante, su contenido es esencialmente monetario. Además históricamente aparece asociado al capitalismo, un sistema económico que se asocia a su vez con el individualismo, el propio interés, la competencia y la búsqueda del lucro, aspectos que en general han resultado antitéticos con las virtudes cívicas que los teóricos del capital social defienden.
Según los autores, al atribuirle el nombre de capital a un conjunto tan amplio de relaciones (en general positivas), se naturalizan y legitiman las relaciones sociales, económicas y políticas del capitalismo. Consideran que su utilización en la versión
Coleman, Putnam y sus seguidores se explica por el clima económico, político y social imperante a fines del siglo XX, bajo el predominio de concepciones neoliberales y por la forma en que el vocabulario del mercado ha impregnado el discurso político y social. Es además una expresión del economicismo imperante en las ciencias políticas y sociales norteamericanas (Smith y Kulynych, 2002; también Navarro, s/fecha).
Para Stephen Smith y Jessica Kulynych (2002) la utilización del concepto oscurece la interpretación de los procesos que pretende explicar, especialmente cuando es usado para referirlo a las organizaciones de los trabajadores y los pobres. Frente al hecho de que la solidaridad de la clase trabajadora es considerada como una forma de capital social junto con otras muchas expresiones sociales, se preguntan qué tiene que ver esta forma de relación con la que establecen entre sí los integrantes de una liga de bolos.14 En esa misma línea de razonamiento señala Navarro (sin fecha) que en el análisis de Putnam el poder es un gran ausente y, concretamente en lo que hace al tema de la participación en las organizaciones, omite un elemento clave de ésta: el objetivo y propósito de la unidad y la participación que no es igual en todas las organizaciones.
De este modo y al homogeneizar, el concepto de capital social oculta lo específico de relaciones sociales cuya diversidad y riqueza las ciencias sociales deberían contribuir a despejar. La aparición en el lenguaje académico, político y técnico de los “otros capitales” (habilidades, destrezas y credenciales educativas convertidas
en capital humano y redes de confianza, intercambio y reciprocidad en capital social) presenta como extendida, generalizable y democratizada una noción amplia de capital, justo en el momento en que el capital se concentra de manera extrema y que algunas de sus formas (la del capital financiero globalizado) comandan el proceso mundial de acumulación, delimitando no sólo las condiciones de inclusión en el desarrollo global de los sujetos, grupos y clases sociales sino de regiones enteras del planeta.

Fuente: www.modosdevida.com/cursos/uia/12.pdf

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