viernes, 13 de mayo de 2011

MAYO FRANCES, programa Nº 54 del 13 de mayo de 2011

Derecho y Ciencias Sociales, Abril 2009, Nº1, Pgs.18-29, ISSN 1852-2971 Instituto de Cultura Jurídica y Maestría en Sociología Jurídica. FCJyS, UNLP 18
Memorabilia: Del grito de Córdoba al mayo francés
Hugo E. Biagini
La plataforma reformista
El movimiento contracultural llamado Reforma Universitaria, que surgió en la ciudad argentina de Córdoba en 1918 y se propagó por todo el continente y España, ha ido nutriéndose a lo largo del tiempo con las siguientes tesis principales para el ámbito institucional interno: autonomía política, docente y administrativa; co-gobierno paritario tri o cuatripartito; agremiación estudiantil; asistencia libre a clase e ingreso irrestricto a los institutos de enseñanza superior; libertad y periodicidad de cátedra; pluralismo ideológico; centralidad del alumno; enseñanza laica y gratuita; elevado presupuesto para la educación pública; humanismo y especialización. Un enfoque de la universidad netamente original inadvertidamente retomado hoy por la misma UNESCO, y sostenido por el estudiantado latinoamericano tras muchos desvelos personales, como síntesis superior de dos modelos en pugna el profesional y el científico que aúna los contenidos esenciales de una exclaustración comprometida: crítica al poder, extensión civil de servicios y defensa de los intereses populares. En suma, una universidad que, sin dejar de asumir la más alta excelencia académica, se erija en casa de la esperanza para encauzar el desarrollo comunitario.
Por otra parte, hacia extramuros, cabe observar un ideario de este otro tenor: integración continental y ciudadanía iberoamericana; comunidad universal; reconocimiento de la alteridad; antiautoritarismo y desmilitarización; nueva cultura y nueva moralidad; sociedad abierta, digna y transparente; nacionalización y redistribución de la riqueza; antiimperialismo y antichovinismo; democracia participativa; derechos humanos y justicia social. Además de los millares de páginas escritas valerosamente, tanto en la praxis como en el papel, por la muchachada media y universitaria en torno a esos puntos cruciales, se trata de una cosmovisión que ha sido suscrita por grandes maestros del pasado, todos ellos situados a una astronómica distancia ético-intelectual de burocráticas representaciones ulteriores.
La compleja prédica reformista trajo aparejada una resignificación de la cultura, en términos no ornamentales ni acumulativos, como la realización de determinados valores prioritarios: fundamentalmente, la afirmación de justicia, orden y libertad en un orbe injusto, desordenado y tiránico, junto a la convicción de que las universidades no pueden alardear de apoliticismo, flotar como islas en un mar de inequidades o funcionar al servicio del privilegio, según lo pusieron de relieve los universitarios tributarios de esos lineamientos:
Basta de profesionales sin sentido moral, basta de pseudo aristócratas del pensamiento, basta de mercaderes diplomados; la ciencia para todos; la Universidad del mañana será sin puertas ni paredes, abierta como el espacio: grande. (Renovación, 16 junio 1920)
Nada más peligroso que el puro intelectualismo, producto de una enseñanza unilateral, cientifista, es el abogado trapalón, el médico mercantilizado, el ingeniero de las medidas falsas, el farmacéutico curandero y el filósofo que fabrica doctrinas y teorías ad usum Delphini (Del Mazo, 1968: 264)
No queremos una Universidad que acentúe las diferencias entre una élite intelectualizada que sueña con Nueva York o París, y una masa desvalida, sin sueños ni esperanzas [...] No queremos una universidad que engendre sabios socialmente castrados, ni tecnólogos asépticos para quienes el obrero es sólo otra pieza, aunque menos dúctil y más falible, de su planta industrial (Ciria y Sanguinetti 1983: 204, 205)
La idea del socialismo como un estilo placentero de vida sustancialmente distinto se halla muy presente en el mayo francés, donde también se verifica la incidencia decisiva del estudiantado, convertido aquí en un movimiento de masas y renuente a formarse en una universidad que lo prepara para explotar a los trabajadores, con los cuales termina aliándose en pos de múltiples exigencias durante esas jornadas memorables. La idiosincrasia de dicha ocasión puede ser caracterizada a través de tantos graffiti que, mutandis mutandi, guardan una estrecha correspondencia con buena parte de la impronta marcusiana, enfrentada desde la sensibilidad y el erotismo con la sado-masoquista tradición filosófica junto a su ideología glorificadora de la desdicha y la muerte como vida verdadera; una ideología cuyo trasfondo conlleva la aceptación del orden político y una imagen de la felicidad concebida en términos de autonegación.
Asimismo, desde los muros, mientras se denuncia el consumismo y el exceso de confort, se reclama un nuevo orden civil asambleario –donde se vote hasta el diseño de un afiche combativo antes de lanzarlo a la vía pública–; un orden con democracia directa y legalidad proletaria, donde no sea el parlamento –perpetuador del sistema– sino la barricada, la calle y los comités quienes marquen el camino, reflejen la voluntad general y absorban la actividad política.
Se cuestiona la enseñanza universitaria y la opción por un conocimiento neutro y objetivo, mientras disciplinas como la psicología o la sociología resultan objeto de grandes embates, por hallarse, como la mayoría del profesorado, al servicio del control social y la crematística. Afirmándose la inocencia del deseo, la validez del juego, la ironía y la fiesta se proclama: ―Abramos las puertas de los manicomios, de las prisiones y otras Facultades‖. Esencialmente, se trata de construir una nueva universidad crítica, piedra sobre piedra –pues la institución estatuida resulta mera fábrica de diplomas e intelectualmente estéril– que acompañe el cambio de vida y de comunidad, pivoteado por la alianza con el proletariado.
La mentalidad primordial del sesentismo francés, trasuntada en parte por la filmografía del momento, cabe ser sintetizada a través del credo sobre la importancia de la lucha interminable, según lo grafican enunciados como los de agitar para vivir, reinventarlo todo y avanzar, crear nuevas situaciones, desatar la expresión, la palabra como un cóctel molotov o, el mundo ya está filmado: se trata de modificarlo. En el trasfondo de esas postulaciones subyace la aversión hacia la cultura de museo y hacia la repetición cotidiana, al espectáculo como lo no viviente, a la pura apariencia, al dormir sin soñar, a la sociedad represiva y autodestructora.
Last but not least: reitero la importancia que ha tenido la Reforma al concebir e instrumentar una universidad pública que pueda servir como caja de resonancia para los requerimientos comunitarios y de orientación a las políticas oficiales sin depender de condicionantes factores extraacadémicos como aquellos provenientes de mezquinas asesorías empresariales, intereses altamente concentrados u organismos crediticios globalizadores. En medio de tanto privilegio y marginación, subsiste plenamente el otro gran mandato que el reformismo ha planteado como condición sine qua non: la brega por una sociedad más tolerante, culta, justa e igualitaria, en la cual la educación y la universidad públicas posean un papel menos lastimero y, desde su posición aventajada, puedan contribuir a resolver o aliviar los problemas de la gente y el hábitat.
El Mayo francés cabe ser rescatado por su capacidad para potenciar el derecho a la utopía y al pensamiento alternativo. Frente a las acusaciones oficiales lanzadas a los jóvenes parisinos por dejarse llevar por un judío alemán como Daniel Cohn Bendit, aquéllos respondieron al unísono con su consabido: ―Nosotros todos somos judíos alemanes‖. Gracias a la universalidad identitaria que planteó ese clamor sesentista, hoy podríamos apelar a la mirada pluritópica y corear a voz en cuello: ―somos todos indios alzados‖ e incluso afirmarnos comunitariamente, ante el descalificativo racista, con la siguiente exclamación ―somos todos unos negros de mierda‖…
“LA UNIVERSIDAD SE REFORMA… ¿CÓMO?”1
Rigoberto Lanz

La reforma que todos queremos…tal vez
La universidad no parece estar reformándose en el sentido de programas concertados democráticamente, con agendas bien estructuradas y con liderazgos visibles que asuman los costos de estos procesos hasta sus últimas consecuencias. No hay evidencias de procesos direccionados que estén tocando la raíz de los problemas estructurales tantas veces diagnosticados por los más diversos sectores.
La impronta neoconservadora parece impregnar los ambientes académicos más dispares en América Latina. Los intentos de reformas no logran traspasar la barrera de modestos ejercicios de agiornamentos que resultan inofensivos respecto a la envergadura de los problemas planteados en todos lados. ¿Pesimismo?
Ello pone de relieve de un modo políticamente incontestable que la cuestión de la puesta en escena se ha convertido en un problema de primer orden para todas las tendencias y operadores que tienen en agenda la idea de reforma universitaria. Es cierto que ha desaparecido en cierta forma el maximalismo de una transformación radical de la universidad. El discurso dominante, en la izquierda y en la derecha, está recortado por los imperativos pragmáticos de la “gobernabilidad”.Los programas que se toman en serio una visión epistemológica y sociocultural de la universidad en una época posmoderna, en verdad son muy escasos. Por ello luce muy claro que el inmovilismo reinante no se debe en absoluto a la presencia de consignas estridentes frente al “fin de la universidad” o a políticas ultra-izquierdistas que estén bloqueando el juego en su interior. Ese congelamiento que se observa en todos lados proviene de otras fuentes. Habría que buscarlas por los lados de la crisis misma de la Modernidad que nutrió durante siglos las reglas de sentido para una cierta visión de la Educación. También en los paradigmas exhaustos de una izquierda universitaria que hace ya mucho dejó de pensar en la utopía de otro modo enseñar y de formarse (que dejó de pensar, para ser más precisos)
Por su lado, la derecha ilustrada no tiene muchas ganas de sobreponerse al modelo simple de una educación hecha a la medida de los requerimientos empresariales más inmediatos. Toda la ideología “modernizadora” de las agencias internacionales, de gobiernos y corporaciones diversas no es otra cosa que el acoplamiento pragmático de un modelo de educación entendido como extensión de los departamentos de recursos humanos hacia los sistemas educativos.
Todo el resto es retórica para adornar escenarios. Lo que cuenta en verdad es garantizar un proveedor confiable en materia de profesiones, desarrollo tecnológico y formación gerencial. Cosas tan pasadas de moda como “humanidades”, artes, filosofía, literatura y demás cosas inútiles de ese género deberían ser cargadas a los presupuestos de la seguridad social. Este es el verdadero paradigma educativo que cualquier tecnócrata tiene en mente y que por un exceso de pudor disimula con ambilicamientos linguísticos tales como “desarrollo nacional”, “relación universidad-empresa”, “educación para el trabajo” y trucos parecidos.
Los Estados (en América Latina este concepto debe ser tomado con extrema precaución pues suele ser sinónimo de “los gobiernos”) tiene una pobre capacidad para hacer pasar cualquier política hacia el mundo universitario. Intenciones, propósito e intereses sobran. Lo que ha faltado históricamente es la capacidad para traducir esas políticas en vida universitaria real. Pero además luce un poco extravagante pretender que algún gobierno latinoamericano tenga algo decente que proponer en el terreno académico. Por ello la experiencia durante décadas ha sido siempre el pugilato por los presupuestos “justos” y la nunca acabada lucha por preservar la autonomía (autonomía que suele querer decir: protección frente a la barbarie)
La reforma que ha fracasado no es ya la utopía de la “Revolución universitaria” inspirada en el “Mayo francés”, ni una “Reforma de Córdoba” versión Siglo XXI, ni la “Renovación Académica” estilo venezolano en los años sesentas. La constatación de hoy se refiere muchísimo más modestamente a la inviabilidad de agendas tan consensuadas como las diversas Conferencias de UNESCO sobre este tema (que podrían tomarse como el denominador común que sirve de base para todas las planes de reformas que se van confeccionando en cada país en la última década)2
Así pues, nos encontramos hoy con cuadro paradojal en el que conviven ambiguamente las iniciativas de reformas universitarias siempre en trance agonístico, con las tendencias inerciales que sólo pueden ocuparse precariamente de las rutinas administrativas del funcionamiento diario de cada universidad. En ese marco queda poco margen para estrategias de envergadura que desplacen los enfoques y los problemas hacia una visión de nuevo tipo, es decir, que asuma seriamente la cuestión del pensamiento de la reforma como parte esencial de las estrategias de cambio y que, al mismo tiempo, sea capaz de gestionar procesos específicos de transformación profunda de la propia lógica en la que se funda la vieja universidad.
En este estrecho margen de maniobras es posible apostar a una progresiva radicalización de la crítica del status quo dominante que intente articularse con una gran diversidad de movimientos corpusculares que se esfuerzan por producir en el terreno alternativas de diverso grado a los procesos complejos que allí se dan: en el terreno curricular, en el campo de la investigación, en las formas de gobierno, en la articulación de los diversos actores, en la reorganización de los saberes, en la rearticulación con la sociedad, en la construcción de otras formas de gestión, en los equipamientos tecnológicos, en la innovación de modalidades de estudios, en el combate intransigente a las lógicas excluyentes, etc.
Me parece que el experimento de la década de los noventas arroja un amplio repertorio de lineamientos que pueden tomarse como patrimonio común. El saldo en rojo está del lado de las escasas reformas logradas en lo que respecta al modelo mismo de universidad heredada.
Es allí donde se impone hoy una nueva mirada estratégica para romper el círculo vicioso de cuantiosísimos recursos humanos en juego, un enorme desperdicio de oportunidades y una vuelta patética al mismo punto de partida. No es posible romper este círculo perverso con el eufemismo de que “la universidad está en constante cambio”. Está suficientemente claro que no hay inercia burocrática que conduzca espontáneamente a las transformaciones significativas.

MANIFIESTO MAYO FRANCES
Universitarios franceses
Las A.G. de los diversos Establecimientos públicos de enseñanza superior (según la lista adjunta), proclaman solemnemente que una reforma de la Universidad debe seguir la línea directora de los siguientes principios fundamentales:
I. Independencia y contestación.
1. La Universidad debe ser absolutamente independiente de cualquier poder político.
2. La Universidad debe ser el centro de contestación permanente de la sociedad. La información y los debates libremente organizados entre estudiantes, personal docente y personal no docente de la Universidad constituyen el medio fundamental de esta contestación.
3. Estos principios deberán ser garantizados, así como la presencia y libre expresión de las minorías, por un conjunto de reglas internas de cada establecimiento de enseñanza superior.
II. Autogestión.
1. La enseñanza gratuita en todos los niveles es un deber para con la sociedad presente y futura.
2. Debe estar abierta a todos, efectiva e igualmente, sin imponer ninguna selección.
3. Los establecimientos de enseñanza superior deben ser regidos paritariamente por estudiantes y enseñantes sin ninguna injerencia externa.
4. Los fondos públicos aportados por el Estado se fijarán en función de las exigencias de la colectividad nacional, expresados en los planes económicos a medio y largo plazo, que la Universidad debe fijarse democráticamente, y cuya aplicación es obligatoria para los establecimientos públicos. La organizaciones del personal docente y de estudiantes estarán representadas en las comisiones de elaboración de los planes. Las cantidades que se dedicarán a la enseñanza por los planes, una vez ratificados éstos, se impondrán como una obligación del poder político ejecutivo y deliberante al votar el presupuesto anual. Estas cantidades, por lo que se refiere a la enseñanza superior, se repartirán entre las universidades a través de un organismo paritario de ejecución, nacido de las organizaciones paritarias de personal docente y estudiantes que hayan participado en la elaboración de los planes.
5. Toda real autonomía exige la institución de organismos capaces de neutralizar las fuerzas exteriores, que podrían desposeer de hecho a los estudiantes y al personal docente del poder decisorio en todo lo que se refiere al funcionamiento de la Universidad. Únicamente los comités nacionales de vigilancia, nacidos de los comités paritarios, pueden definir los medios acordados para contestar a los intentos de recuperación, especialmente los que se aprovecharían inmediatamente de las utilizaciones anárquicas de la autonomía.
III. Autodefinición.
1. Los estudiantes y el personal docente deben poder someter a examen, regularmente y con toda libertad, el contenido y la forma de la enseñanza.
2. La Universidad deberá ser un centro de cultura social. Por consiguiente, deberá determinar ella misma los marcos en los cuales los trabajadores participarán en sus actividades.
3. Los exámenes y concursos en su forma actual deberán desaparecer y ser sustituidos por una evaluación continua basada en la calidad del trabajo realizado durante todo un período. El suspenso en una asignatura, en la forma actual, no sanciona siempre la pereza o falta de aptitud del alumno sino, con frecuencia, la falta de enseñanzas.
IV. Autoperpetuación.
La Universidad es la voluntad de una perpetua superación por:
1. Una estrecha conjunción de la investigación y la enseñanza;
2. la educación permanente;
3. el reciclaje regular de los trabajadores y del personal docente; para éste deben procurarse años de total disponibilidad para el estudio.
Este texto elaborado por los representantes de los establecimientos de enseñanza superior siguientes: I-E.P. París, Derecho y Ciencias Económicas de París; Medicina, París; Filosofía, Sociología y Letras, París; Lenguas Orientales; ex Escuela de Arte; Ciencias de la Halle aux Vins; Ciencias de Orsay; Ciencias Económicas, Poitiers; Ciencias Económicas, Clermont-Ferrand; se propondrá a las A.G. y será adoptado o rechazado en su totalidad.
Fuente: http://reforma.udenar.edu.co/?p=159
La reforma universitaria
El 15 de junio de 1918 los estudiantes de la universidad de Córdoba impidieron la designación del Dr. Antonio Nores como nuevo rector y declararon la huelga general. Luchaban porque el régimen universitario vigente, especialmente en la Universidad de esa provincia, tenía programas de estudio anacrónicos, porque el cuerpo de docentes y directivos no se renovaba y el ingreso estaba vedado a amplios sectores de la población. El gobierno de Hipólito Yrigoyen apoyó el movimiento y pronto la reforma se llevó a cabo. Los cambios realizados posibilitaron el cogobierno de estudiantes, graduados y profesores, la renovaron de los programas de estudio y la apertura de los estudios superiores a la clase media. La Reforma Universitaria de 1918 tuvo un amplio impacto en toda América Latina e incluso varios de los manifiestos del Mayo Francés, en 1968, recordaban las jornadas de Córdoba. Para recordar este episodio, reproducimos a continuación el Manifiesto Liminar, redactado por Deodoro Roca, y publicado en una edición extraordinaria de la Gaceta Universitaria el 21 de junio de 1918.
Manifiesto de Córdoba
La Juventud Argentina de Córdoba a los hombres libres de Sudamérica
21 de junio de 1918
Hombres de una República libre, acabamos de romper la última cadena que, en pleno siglo XX, nos ataba a la antigua dominación monárquica y monástica. Hemos resuelto llamar a todas las cosas por el nombre que tienen. Córdoba se redime. Desde hoy contamos para el país una vergüenza menos y una libertad más. Los dolores que quedan son las libertades que faltan. Creemos no equivocarnos, las resonancias del corazón nos lo advierten: estamos pisando sobre una revolución, estamos viviendo una hora americana.
La rebeldía estalla ahora en Córdoba y es violenta porque aquí los tiranos se habían ensoberbecido y era necesario borrar para siempre el recuerdo de los contrarrevolucionarios de Mayo. Las universidades han sido hasta aquí el refugio secular de los mediocres, la renta de los ignorantes, la hospitalización segura de los inválidos y —lo que es peor aún— el lugar donde todas las formas de tiranizar y de insensibilizar hallaron la cátedra que las dictara. Las universidades han llegado a ser así fiel reflejo de estas sociedades decadentes que se empeñan en ofrecer el triste espectáculo de una inmovilidad senil. Por eso es que la ciencia frente a estas casas mudas y cerradas, pasa silenciosa o entra mutilada y grotesca al servicio burocrático. Cuando en un rapto fugaz abre sus puertas a los altos espíritus es para arrepentirse luego y hacerles imposible la vida en su recinto. Por eso es que, dentro de semejante régimen, las fuerzas naturales llevan a mediocrizar la enseñanza, y el ensanchamiento vital de organismos universitarios no es el fruto del desarrollo orgánico, sino el aliento de la periodicidad revolucionaria.
Nuestro régimen universitario —aún el más reciente— es anacrónico. Está fundado sobre una especie de derecho divino; el derecho divino del profesorado universitario. Se crea a sí mismo. En él nace y en él muere. Mantiene un alejamiento olímpico. La federación universitaria de Córdoba se alza para luchar contra este régimen y entiende que en ello le va la vida. Reclama un gobierno estrictamente democrático y sostiene que el demos universitario, la soberanía, el derecho a darse el gobierno propio radica principalmente en los estudiantes. El concepto de autoridad que corresponde y acompaña a un director o a un maestro en un hogar de estudiantes universitarios no puede apoyarse en la fuerza de disciplinas extrañas a la sustancia misma de los estudios. La autoridad, en un hogar de estudiantes, no se ejercita mandando, sino sugiriendo y amando: enseñando.
Si no existe una vinculación espiritual entre el que enseña y el que aprende, toda enseñanza es hostil y por consiguiente infecunda. Toda la educación es una larga obra de amor a los que aprenden. Fundar la garantía de una paz fecunda en el artículo conminatorio de un reglamento o de un estatuto es, en todo caso, amparar un régimen cuartelario, pero no una labor de ciencia. Mantener la actual relación de gobernantes a gobernados es agitar el fermento de futuros trastornos. Las almas de los jóvenes deben ser movidas por fuerzas espirituales. Los gastados resortes de la autoridad que emana de la fuerza no se avienen con lo que reclaman el sentimiento y el concepto moderno de las universidades. El chasquido del látigo sólo puede rubricar el silencio de los inconscientes o de los cobardes. La única actitud silenciosa, que cabe en un instituto de ciencia es la del que escucha una verdad o la del que experimenta para crearla o comprobarla.
Por eso queremos arrancar de raíz en el organismo universitario el arcaico y bárbaro concepto de autoridad que en estas casas de estudio es un baluarte de absurda tiranía y sólo sirve para proteger criminalmente la falsa dignidad y la falsa competencia. Ahora advertimos que la reciente reforma, sinceramente liberal, aportada a la Universidad de Córdoba por el doctor José Nicolás Matienzo no ha inaugurado una democracia universitaria; ha sancionado el predominio de una casta de profesores. Los intereses creados en torno de los mediocres han encontrado en ella un inesperado apoyo. Se nos acusa ahora de insurrectos en nombre de un orden que no discutimos, pero que nada tiene que hacer con nosotros. Si ello es así, si en nombre del orden se nos quiere seguir burlando y embruteciendo, proclamamos bien alto el derecho a la insurrección. Entonces la única puerta que nos queda abierta a la esperanza es el destino heroico de la juventud. El sacrificio es nuestro mejor estímulo; la redención espiritual de las juventudes americanas nuestra única recompensa, pues sabemos que nuestras verdades lo son —y dolorosas— de todo el continente. ¿Que en nuestro país una ley —se dice—, la ley de Avellaneda, se opone a nuestros anhelos? Pues a reformar la ley, que nuestra salud moral lo está exigiendo.
Fuente: http://www.elhistoriador.com.ar/documentos/primeros_gobiernos_radicales/la_reforma_universitaria.php
Ley Avellaneda: Esta primera Ley Universitaria fijó las bases a las que debían ajustarse los estatutos de las universidades nacionales; se refería fundamentalmente a la organización de su régimen administrativo, y dejaba los otros aspectos liberados a su propio accionar.
Este suceso tuvo comienzo un viernes 3 de mayo, cuando un grupo de estudiantes se reunió en la Plaza de la Sorbona, dentro del histórico Barrio Latino para protestar en contra del sistema universitario. Allí comenzó a unirse gente provocando la presencia inevitable de la policía la cual concluyó por detener a una serie de estudiantes.
Estos hechos generaron una convocatoria aún mayor, siendo miles de estudiantes y trabajadores los que protestaban y hacían huelga. Esto provocó un gran enfrentamiento con la policía que bajo las órdenes de Charles de Gaulle se multiplicaba cada vez más. El resultado fue terrible, dado que se generó una batalla campal contra la policía y posteriormente una huelga general de estudiantes y diez millones de trabajadores franceses, paralizando el país por completo y siendo impulsadas principalmente por la Confederación General del Trabajo (CGT).
De este modo el Gobierno era símbolo del enemigo del pueblo, debido a la cantidad de arrestos cometidos (se estima que superaron las 450 personas) y la presencia de la policía, la cual se la culpaba de generar ataques violentos contra los manifestantes (aproximadamente 500 heridos según las cifras oficiales y otros 500 policías heridos).
Fue así como el 13 de Mayo la policía abandona las calles, los estudiantes son liberados, pero el fuego ya está encendido, de modo que los huelguistas se unen para ocupar la Sorbona, decorándola con banderas rojinegras con retratos de Marx, Lenin, Mao, Fidel Castro y el Che Guevara bajo el eslogan más representativo: Interdit d’interdire (prohibido prohibir).
Simultáneamente, se ocupó la Escuela de Bellas Artes, la cual se dedicaba a realizar afiches en contra de la burguesía que irónicamente luego fueron adquiridos por ricos coleccionistas.
Tras un mes de protestas y una secuencia de huelgas que literalmente frenaron el país, se logra la calma mediante la esperada disolución de manifestaciones en el momento en que se obtuvo una promesa acompañada por mejores salarios y condiciones para los trabajadores. De este modo se logró remover completamente las huelgas que representaron el sentimiento de rebeldía y en parte anarquismo de los manifestantes
Fuente: http://sobrehistoria.com/el-mayo-frances-del-68/

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