viernes, 15 de octubre de 2010

TV BASURA, programa Nº 29 del 15 de octubre del 2010

Los ejemplos de programas de TV basura realmente abundan a toda hora y en todos los canales de televisión.
Como algunos ejemplos paradigmáticos podemos mencionar a la gran variedad de realities de nutridas temáticas, a las escenas de sexo y erotismo a todas horas, a los programas amarillistas de chimentos sobre la farándula, a los programas de humor chabacano, etc. Pero antes de proseguir debemos aclarar qué entendemos por programas de TV basura.
La esencia de la comunicación auténtica
Toda comunicación o transferencia de conocimiento entre dos entidades, sean estas dos personas o una entidad comunicativa (por ejemplo la TV) y una persona, posee como finalidad primordial el brindar, desde un polo de la comunicación hacia el otro, un mensaje comunicacional que sea valioso para el receptor. La verdadera comunicación no posee otro sentido mas esencial que este: la trasmisión de algo valioso pues sino, ¿qué sentido posee la realización de la misma?
Esto significa que toda comunicación poseerá dos elementos primordiales: un sentido y una exigencia. El sentido es la dirección en la que avanza, es decir, desde comunicador hacia el receptor de la comunicación. La exigencia es la dificultad implícita frente a la que se encuentra el receptor del mensaje pues el mismo, en toda comunicación auténtica, debe esforzarse por “alcanzar las alturas” que le propone el contenido de la comunicación, por hacer suyo lo valioso implícito que posee la comunicación.
Esto se aplica en todo tipo de comunicaciones normales y tradicionales, desde la charla entre dos personas hasta la educación que brindan los padres a los hijos. Siempre que esto sucede, uno de los extremos de la comunicación pretende que quien reciba la comunicación aspire a “subir la cuesta” que le impone el comunicador.
Con respecto a esto podemos dar algunos ejemplos. El primero que se nos ocurre es la educación en la escuela donde los profesores, a través del mensaje educativo, proponen nuevos conocimientos a sus alumnos. Así las cosas, los alumnos deben “esforzarse” por subir el “escalón” de dificultad propuesto por los profesores. La buena televisión puede servirnos también de ejemplo. Cuando nos sentamos a mirar un documental bien realizado sobre un tema que nos agrada y nos interesa nos quedamos concentrados frente a la TV tratando de captar y asimilar (ese es nuestro esfuerzo) lo que allí se dice. Nos esforzamos por “subir la cuesta” para adquirir el nuevo conocimiento.
Por ello podemos decir que toda comunicación “valiosa” debe proponer un desafío a quién reciba la comunicación ya que este, como dijimos, debe poner algo de si, el esfuerzo, para alcanzar eso valioso que el comunicador propone. Ese esfuerzo posee la finalidad de superar “la brecha” que la comunicación auténtica propone.
La demagogia comunicativa
Pero, como sabemos, el sentido auténtico de la comunicación puede ser desvirtuado muy fácilmente cuando el polo encargado de brindar el contenido comunicacional apela a la demagogia comunicativa. Recordemos que demagogia significa, en palabras sencillas, “decir a otros lo que quieren escuchar” o “dar a otros lo que quieren recibir”. Esto es muy común en la política y es un arma de uso cotidiano en la TV basura.
Imaginémonos, por un momento, que los profesores que dan clases a nuestros niños en la escuela sean demagógicos y, en lugar de enseñarles matemáticas y lengua traten en clase los temas que los niños deseen. La clase educativa verá afectada su valor intrínseco como tal y las clases me matemática, lengua y biología darán lugar a charlas de fútbol, a actividades de diversión y otras muchas cosas que los alumnos anhelan pero que no es bueno para ellos dentro del ambiente escolar de aprendizaje.
Por ello, el comunicador posee siempre la responsabilidad de proponer y de proveer lo valioso de la comunicación ya que esto no es usualmente lo que las masas receptoras de la comunicación desean pues estas no gustan de esforzarse.
La TV basura es demagógica por definición pues “da a las masas de televidentes lo que la mayoría de ellos desean recibir”. ¿Desean contenidos sexuales y chabacanos? Se los damos. ¿Desean programas donde no tengan que esforzarse en absoluto? Se los damos. En esto radica esencialmente la ausencia completa de valor que posee este tipo de televisión que busca captar audiencia masivas (para engrosar los bolsillos de los empresarios televisivos a través de la venta de publicidad en esos espacios) realizando constantes estrategias de demagogia televisiva generando contenidos de nulo valor para seres humanos que se precien de ser tales.
¿Perseverarán las grandes empresas en seguir comprando espacios publicitarios en programas de dudosa calidad? ¿No dañan, en el fondo, el valor de su propia marca al exponerla en programas de TV basura

Lo que desaparece en la TV basura es “la brecha” que identifica a toda comunicación auténtica. El televidente ya no tiene que esforzarse para alcanzar “alguna altura” pues no se le propone nada que lo requiera. Solo es necesario que se tumbe frente al televisor y tenga una actitud completamente pasiva y sin esfuerzo.

La comunicación manipuladora
Lo que identifica a la TV basura es entonces una especie de comunicación manipuladora, no ya auténtica pues ha perdido el elemento esencial que caracteriza a esta última: el ofrecer desde una decisión a priori algo que será en verdad valioso para el televidente en función de su naturaleza auténticamente humana.
La TV basura manipula al televidente dándole contenidos que no necesiten de su esfuerzo con la finalidad de captar la atención de las masas de personas que no desean esforzarse con la finalidad de engrosar sus cuentas bancarias vendiendo espacios publicitarios en esos espacios masivamente vistos. Esto es verdaderamente nefasto.
Conclusiones finales
Es normal que, en la medida que nos hallemos en los comienzos de nuestro camino de desarrollo personal, no queramos o nos cueste esforzarnos, pero no por ello se nos debe dar todo servido o se nos debe dar todo lo que nosotros queremos. Nuestros niños, cuando van a la escuela, usualmente se encuentran reacios a esforzarse por aprender o por hacer sus tareas, pero los padres sabemos que eso es bueno para ellos y les ayudamos a esforzarse con la finalidad de que con el tiempo se transformen en personas valiosas para si mismos y para la sociedad.
La TV basura, demagógica y manipuladora por naturaleza, explota miserablemente esta natural predisposición a no esforzarse de las personas que estan en camino de transformarse en seres auténticamente humanos y les arroja en un pozo sin luz del cual les puede ser muy difícil salir. En verdad, la actividad de las personas que orquestan la TV basura es diabólica pues se valen del concurso de los mas débiles integrantes de las sociedades: aquellos que aún, por encontrarse aún en camino de formación hacia ser auténticamente humanos, no puede darse cuenta por si mismos de lo nefasto que son los programas que miran.
Finalmente, si tu posición se encuentra en contra de la TV basura, ayúdanos a difundir este artículo para que cada vez mas personas tomen conciencia y nos ayuden a combatirla.
Hugo Landolfi
Filósofo
Director de la Escuela de Filosofía Aplicada
para la Excelencia del ser Humano
Fuente: http://www.sabiduria.com/liderazgo/tv-basura/

El problema de la televisión basura está en su potencia y extensión, asociada a su vez a tres aspectos clave: su rentabilidad para los oferentes, su capacidad de dominar las parrillas de televisión y su gancho para los espectadores.

La rentabilidad de la telebasura
No podría entenderse el éxito de la telebasura como forma de hacer televisión si no fuera por el interés de las televisiones generalistas en programarla. Y ese interés se deriva fundamentalmente, no de un gusto especial de los programadores o directivos de las cadenas por este tipo de productos, sino de su rentabilidad en términos de coste / beneficio.
El problema es sobre todo estructural: la telebasura es, en gran medida, la consecuencia de la lógica exclusivamente económica (o, por mejor decir, economicista) que rige en términos reales la actividad televisiva, más allá de las buenas intenciones filosófico-jurídicas sobre el servicio universal, la función social y el interés general. Si unimos esta lógica al hecho de que, en la televisión en abierto, los espectadores no son sino mercancía que vender a los anunciantes3 , queda claro porqué lo importante no es tanto la satisfacción de los intereses de los espectadores (es decir, sus deseos pero también sus necesidades), sino conseguir mantenerlos ante la pantalla. Y para ello, la clave está en el less objectionable program (programa menos objetable), en el mínimo común denominador, en bajar el nivel para conseguir llegar a la mayor variedad de espectadores posible.
Con esta visión del negocio, queda claro porqué en la televisión en abierto la calidad no es un factor suficientemente considerado por las cadenas como valor competitivo para optimizar sus oportunidades de negocio. Los productos de calidad en muchos casos disuaden a los espectadores y, aunque se consigan importantes niveles de audiencia, suelen requerir un mayor esfuerzo y por ende un mayor gasto en I+D+I (profesionales, recursos, creatividad) que para muchos operadores no compensa si pueden conseguir audiencias similares de forma mucho más barata5. Y precisamente una de las características de los espacios basura es su relativo bajo coste; además, como casi siempre se trata de productos de flujo, es fácil retirarlos de la programación si no funcionan y sustituirlos por otros similares. En términos generales, combinar en un espacio la calidad y los buenos resultados de audiencia, pero que generalmente suelen ser más caros porque requieren un mayor esfuerzo de creatividad, de recursos, de inversión en I+D+I a nivel de contenidos.

La telebasura como virus
Dicho en el argot de los estrategas de la programación, la rentabilidad de la telebasura es un valor no sólo paradigmático (es decir, frente a otros programas), sino también sintagmático (es decir, en la optimización de la parrilla de la propia cadena). Ello explica la tendencia a maximizar esa alta rentabilidad a través de la “sinergia programática” (Acción de dos o más causas cuyo efecto es superior a la suma de los efectos individuales.), inundando con subproductos del programa telebasura de referencia toda la programación. Así, un pseudoconcurso da pie a crear programas de debate, permite trufar las franjas horarias de microespacios de continuidad, proporciona invitados a magazines, late nights y realllities varios, etc.
Este aspecto es, en realidad, lo peor de la telebasura. Puede aceptarse con matices que lo más criticable de la oferta de las cadenas no es tanto lo que se emite (con no verlo, basta) cuanto loque no se emite; pero lo cierto es que, en el caso de un recurso escaso como es la programación diaria, lo que se emite siempre impide la presencia de otros contenidos alternativos y en horarios accesibles. Y la telebasura funciona en este sentido como un “virus informativo” similar en su modus operandi al virus informático: penetra en las cadenas a través de un espacio concreto y puede acabar contaminando toda la parrilla.
El exceso de telebasura reduce, objetivamente, la posibilidad de elección del espectador.

El gancho de la telebasura
Es indudable que existe un seguimiento amplio y animoso de la telebasura por parte de segmentos de la población más amplios de lo que muchos desearíamos. De hecho, si la telebasura como fenómeno ocupa nuestra atención es precisamente porque tiene audiencia, ya que, como antes señalábamos, aquellos espacios de estas características que no gozan del favor del público no duran mucho en la parrilla.
Por supuesto que este éxito de la telebasura puede matizarse de muchas maneras: por un lado, hay que tener en cuenta que la elección de la gente sólo puede darse entre lo que se emite y no entre lo que no se emite; por otro, cabe plantear no pocas reservas de carácter técnico al actual panel de audimetría como procedimiento de medición del consumo televisivo, e incluso, como antes indicábamos, cabe impugnar el propio concepto de audiencia como sinónimo de espectador y como “medida de todas las cosas” en relación a la demanda televisiva. La progresiva pérdida de espectadores de la televisión generalista (especialmente entre los segmentos más jóvenes, de mayor capacidad adquisitiva y de mayor nivel de estudios) y la baja valoración del medio que se pone de relieve en infinidad de encuestas apoya la hipótesis de la insatisfacción generalizada de los espectadores ante la televisión y de la defraudación de aspiraciones y expectativas como receptores y usuarios.
Pero, desde nuestro punto de vista, lo anterior no afecta en lo fundamental a la afirmación inicial del éxito de la telebasura, sino que refleja más bien la compleja relación simbólica (psicosocial) que se establece entre la televisión y los espectadores. Pocos ámbitos de oferta como la televisión son, al mismo tiempo, más denostados y más buscados. Y si, por un lado, las encuestas ponen de relieve, como antes señalábamos, la baja valoración social del medio y el recurso casi compulsivo al zapping (y no sólo en las pausas publicitarias) refleja la decepción de los espectadores ante la oferta recibida, la “navegación” en espiral de los espectadores por las cadenas indica también una importante dependencia del medio que algunos (quizás abusivamente) llaman adicción, ante el horror vacuii que parece asociarse al botón de apagado. Además, la comparación entre la audimetría y otros estudios de audiencia declarada evidencian nuestra hipocresía como espectadores que abominamos en público, y de forma superyoica de aquello con lo que nos regodeamos en privado.
No se trata, por tanto, de hacernos preguntas vacuas sobre si tenemos o no la televisión que nos merecemos, sino de plantearnos qué televisión queremos y cómo conseguirla. No se trata de lamentarse por lo que hace la televisión con nosotros, sino de reflexionar qué queremos hacer con ella. Si asumimos que todos tenemos una parte de responsabilidad, es más fácil también que asumamos la necesidad de una acción combinada de todos los agentes sociales implicados para reducir el peso de la telebasura en la oferta televisiva.

Las cadenas deberían apostar por programas que puedan conseguir audiencias similarmente altas con una mayor calidad en los contenidos, apostando a no quemar el medio (como se está haciendo), sino a consolidarlo a medio plazo.
Los anunciantes deberían apoyar estos programas de mayor calidad, con su capacidad de prescriptores y verdaderos clientes de la televisión (al menos, como antes decíamos, en la televisión en abierto).
Los profesionales deberían ser más conscientes de su función social y de la necesidad del rigor profesional. También sería necesario un reforzamiento de los derechos de estos profesionales, sometidos hoy a una progresiva precarización laboral y a un intrusismo que hacen muy difícil su lucha por la dignificaciónd e los contenidos. El libro de Mariola Cubells ¡Míramé, Tonto!7, tan clarificador en muchos aspectos sobre la fabricación de la telebasura, es también muy ilustrativo en este sentido.
El Gobierno estatal y los Gobiernos autonómicos deberían ser más diligente en procurar el cumplimiento de las leyes y en ejercer su labor reguladora. Especialmente por lo que se refiere al cumplimiento de la Directiva de la Televisión sin Fronteras y a la creación de un Consejos Audiovisuales independientes y con capacidad sancionadora.
Y, finalmente, los espectadores deberíamos ser más autoexigentes y no sancionar con nuestro consumo televisivo esos programas de ínfimo nivel. Es fundamental tener en cuenta que, para ser críticos con la oferta (las cadenas y los programas de telebasura), debemos empezar por ser también autocríticos con nosotros mismos como demanda. ¿Porqué, si muchos de nosotros somos exigentes en lo que comemos o en la ropa que usamos, buscando, además de que nos guste, que sea de calidad y que nos siente bien, no aplicamos el mismo nivel de autoexigencia al consumo de televisión? ¿Cómo no pensar que nuestras decisiones a la hora de seleccionar qué ver tienen algo que ver con lo que finalmente podemos ver?

Fuente: http://www.auc.es/Documentos/Documentos%20AUC/Docum2004/docu15.pdf

Monografía sobre el programa Intrusos en el espectáculo, realizada por estudiantes de la carrera de producción y dirección de radio y tv del Isec en el año 2007.

Seria injusto echarle toda la culpa a estos programas, sin antes nombrar que para que ellos estén en el aire se necesita un público que los acompañe en cada emisión. Lo peligroso y dañino de semejante actividad es que haya población con nada mejor que hacer, sin un libro que leer, sin una conversación que tener, que se tumba ante la pantalla transformadora de voluntades y dominadora del entendimiento que se hace bruto, y ahí están dos de las razones de la porquería televisual, el dominio del espectador sin posibilidades intelectuales de defenderse de ese ataque subliminal a su conciencia.
Se han vuelto muy rentables, ya que los canales los mantienen en vigencia, por que sabemos que programas muy bien producidos, con actores de primer nivel, con excelentes guiones han durado muy poco, pues como no daban ganancia los levantaron del aire.
Si recordamos que la TV Basura se refiere a programas que no cumplen con los códigos periodísticos y fomenta valores negativos, que tienen características comunes como: manipulación informativa, o confusión de información y opinión; atracción por el sexo, el escándalo y la violencia; apuesta por la pelea en vez del diálogo; lenguaje ordinario y ofensivo, podemos afirmar que el programa Intrusos en el espectáculo es un claro ejemplo de Televisión Basura.
La TV Basura tiene muchas definiciones, ya que la gente no se pone de acuerdo en elegir una, es decir, hay gente que esta en desacuerdo con los programas considerados como TV Basura, pero apelan a la libertad de expresión de los medios y a la libre elección de los televidentes. Hay otros que opinan que estos programas tendrían que estar censurados. Pero obviamente existe un grupo que se declaran seguidores de estos programas, por que los divierten; y son por este grupo que los programas como Intrusos siguen día a día en el aire.
Suponemos que una buena solución a este problema debe ser en forma individual, es decir, tenemos que empezar a ser críticos conscientes de lo que vemos, y esto se consigue a través de la educación y de los valores impuestos por nuestros padres. La gente Debería basarse más en la ética del contenido de un programa, que en la estética y la superficialidad.
Toda persona tiene la posibilidad de cambiar de canal, esto quiere decir que no están obligados a ver algo determinado. Es por esto que si programas como Intrusos siguen en el aire, gran parte de la culpa la tienen los televidentes, que en vez de elegir otro tipo de programas, le dan rating a éstos, sin ver los efectos negativos que producen sobre ellos.
Esto se debe a que fomenta la necesidad del público en conocer más a los artistas, pero no
sólo basta con saber dónde trabaja, cuánta experiencia tiene en su rama, entre otros asuntos que realmente sí son de interés público.
La gente gusta del morbo, y "los intrusos" han logrado generar esta necesidad" que es un número de contacto directo con el programa para que cada vez que los espectadores vean a algún artista en una situación "comprometedora y picante" llamen a dicho número y las cámaras estarán en el lugar de inmediato.
La vida privada de los artistas está siendo vendida y el propio público apoya dicha actividad. ¿Qué se puede sacar de este programa?, ¿podemos avanzar a través de la manipulación de vidas ajenas?
Claro ejemplo de la programación basura que emite son los videos que publica en su show televisivo, muchos de ellos grabando escenas de la vida íntima de las personas que lo único que hacen es trabajar en el espacio público para el deleite de los televidentes.
La vida de estos personajes no es un juego, ¿qué pasaría si nosotros fuéramos expuestos a este tipo de shows? ¿Si es que en algún momento cometemos algún error producto del alcohol y esa situación es publicada para la diversión de las personas? Sin embargo, hay gente que vive de esos programas, gana dinero fácil alegando que es un trabajo de investigación periodística la labor que cumplen de informar a la población sobre la vida privada de los protagonistas de la esfera pública. Por eso es que mucha gente con talento se reprime en buscar oportunidades por estos terrenos porque prefiere vivir en el anonimato pero feliz.

Fuente: http://www.monografias.com/trabajos55/intrusos-en-tv/intrusos-en-tv3.shtml

COMFER
Comité Federal de Radiodifusión
Publicaciones Digitales COMFER
El discurso de los usuarios
El Lenguaje de la TV

Carmen deja en su denuncia de lado la norma lingüística en tanto corrección y se traslada a un marco social más amplio: la TV basura cuando reclama una TV-educativa centrada en el lenguaje.
Surge entonces la pregunta ¿Por qué el lenguaje para educar desde la TV?. Desde la sociología de la cultura se sabe que la comunicación, definida en términos de un intercambio lingüístico, implica relaciones de fuerza entre los locutores y sus receptores, es decir, representa la realización de un poder simbólico que condiciona los respectivos grupos (Bourdieu, 1999: 11). Los grupos entonces se definen por el lenguaje que hablan y por medio de ese lenguaje marcan su pertenencia, su relación interna y su interacción con otros grupos. Allí, en la fuerza ejercida por medio del lenguaje para comunicarse pero también para distinguirse de otros, está el poder simbólico. Qué se dice y cómo se dice, el uso de un lenguaje específico en una determinada situación de habla, conlleva un problema de adecuación (al tema, a la situación de palabra, a los interlocutores), de aceptabilidad, de legitimidad y, en consecuencia, de poder. De esta manera, todo intercambio comunicativo está inserto en un mercado lingüístico además de cultural, social y económico que impone sanciones sobre lo que es adecuado decir, censuras sobre lo que no puede ni debe ser dicho, pautas sobre las formas (léxico, sintaxis, pronunciación). Cuestión de adecuación, la denuncia de Carmen reclama sobre la función social del lenguaje mediático.

Por otra parte, otra usuaria afirma:
-Los reality show denigran el lenguaje. Gestos, palabrotas, groserías, en fin, todo es espantoso. Son perjudiciales para nuestra juventud, están fuera de la realidad, fuera de lugar (Valeria, 6/02/2001)-
Valeria refiere otro elemento del mercado lingüístico: los contextos sociales o institucionales donde los sujetos adquieren y se apropian del lenguaje. La familia, la escuela, los medios masivos y sobre todo la TV determinan las condiciones específicas para la adquisición de una competencia lingüística que va a ser legítima o ilegítima, eficaz o ineficaz, amplia o restringida para la producción y recepción de mensajes por los sujetos sociales. Allí radica la denuncia de Valeria, en el hecho de hacer explícita una carencia, aquella que no le permite a un grupo específico -los jóvenes- adquirir un lenguaje eficaz para la sociabilidad. Junto con esto se ha observado como, entre el mercado lingüístico en el cual los sujetos sociales interactúan y la adquisición de una competencia lingüística efectiva, las diferencias reveladas por la confrontación de hablas distintas implican diferencias sociales. Las lenguas separan en lo social y compiten en lo político y en lo económico en la medida que la apropiación de puestos de trabajo y de ventajas económicas está reservada a los poseedores de la competencia lingüística legítima y de una identidad prestigiosa o, al menos no estigmatizada (Bourdieu, 1999: 28). Las diferencias sociales marcadas por las diferencias lingüísticas se explicitan en la denuncia de Marina:
-¿Por qué en los canales se transmite la locución de chiquilines que lo único que hacen es gritar y decir groserías?
¿Por qué presentan un lenguaje pobre que empobrece? ¿Por qué hay locutores, actores, actrices que usan un lenguaje concientemente "mal educado"? No tienen derecho (Marina, 16/02/2001) –
La negación de esta usuaria -"no tienen derecho"- refiere el rol de cierta TV que reproduce, en términos de Bourdieu, la diferencia entre la distribución, muy desigual, del conocimiento de la lengua legítima y la distribución, mucho más uniforme del reconocimiento de esta lengua (Bourdieu, 1999: 36). Ante esta distribución desigual del conocimiento de la lengua, esta denuncia conlleva varios niveles de crítica que realiza su enunciadora. En primer lugar, la TV estigmatiza determinadas variedades definidas por los usuarios como "groseras", "vulgares", "malas, muy malas", "obscenas". Esta estigmatización se centra en cierto léxico, en un determinado tono, en específicos parámetros paralingüísticos -gestos, vestimenta, posiciones corporales- y en cierta lógica de producción mediática que ofrece un "determinado lenguaje" en tanto, respondiendo de manera circular a un razonamiento tautológico, al mercado de los medios le corresponde un específico "mercado lingüístico" -para llegar a todos, para incluir a todos porque entienden un lenguaje-.
Efecto de neutralización y de naturalización, en segundo lugar la TV reproduce "la diferencia social por la diferencia lingüística" de un modo que explicita la pérdida de legitimidad, de credibilidad, de sociabilidad propias de las sociedades voyeurísticas del nuevo milenio. Ese "lenguaje de fondo" de cierta TV señala su compenetración con la oralidad más primaria, con la fragmentación de la vida, con la tiranía de la imagen fugaz (Barbero, 1999: 111). En síntesis, y volviendo al ejemplo que dimos anteriormente, si la escuela laica argentina surge, como en Francia, con una función de control del lenguaje social y del cuerpo social (higiene, uniformidad por el guardapolvo, toma de distancia) que tenía como objeto homogeneizar a la ciudadanía, hoy la TV, en concreto la programación referida por los usuarios, también regula los lenguajes sociales y el cuerpo social. Sin embargo, en este presente, la diferencia radica en el hecho que, redefinidos y recontextualizados lo popular, el lenguaje social y las disposiciones corporales, los elementos culturales que antes se usaban a modo de resistencia contra la censura o contra los pruritos de ciertas clases sociales, privilegiado el papel del mercado, las audacias de
un lenguaje "llano" y la mostración del cuerpo en la TV son, como sostiene Bourdieu, menos inocentes de lo que pudiera parecer "toda vez que, al rebajar la humildad a la común naturaleza tiende a poner patas arriba el mundo social" (Bourdieu, 1999: 61). En el fondo la cuestión es esa, una cierta programación que ayuda a trastocar el mundo social, o el triunfo de la experiencia del mercado bajo la tramposa oferta de una cultura de la in-diferencia (Barbero, 1999: 99)
Por esa razón los usuarios realizan una topología y una topografía -las palabras refieren al cuerpo como representación del lenguaje mediático. En el mundo de la imagen, las palabras formulan gestos.
Qué se dice y cómo se dice se explicita en las denuncias a través de un lenguaje transparente que no oculta el objeto de acusación. Si un estilo es constituido en y por el uso social, hablar es apropiarse de un estilo específico entre muchos condicionado por un mercado lingüístico. Irónicamente, para atacarlo, los usuarios hablan en el lenguaje que critican y piden otro porque cumplen con ese principio de la adquisición del lenguaje que determina que para apropiarse de un estilo hay que percibir, aprehender, interpretar, utilizar. Lo que se critica es entonces la imposición de cierta hegemonía lingüística. El lenguaje monocorde en su histrionismo, siempre el mismo, de cierta TV no sólo impide mostrar y por ende percibir las variedades lingüísticas para que los espectadores, en la pluralidad social de los estilos, se apropien de un lenguaje que consideren adecuado o legítimo, sino que somete a cierto y tal vez interminable tedio al mostrar una única variedad por cierto cada vez más pobre.
A esto se suma el hecho que el discurso de los usuarios representa como a la jerarquía de grupos sociales corresponde la jerarquía de estilos y de usos lingüísticos, y como en la apropiación por la lengua legítima, o mejor dicho, en el trabajo por la apropiación de una lengua legítima y autorizada por medio de la escolarización, de la familia, y también de la mediatización, la TV sucumbe, una vez más, en la lógica de un mercado que hace del vacío lingüístico la nueva norma.
De allí que tal vez haya que volver a nuestro planteo original entre distinción y corrección del lenguaje en la medida que su legitimidad radica en lo social, es decir, es formulado y trabajado por la sociedad. Desde esta definición de legitimidad, un lenguaje no es grosero porque utiliza solo tal léxico y no es "chabacano" inherentemente sino que lo es por la legitimidad que un grupo - espectadores- le otorga a una situación comunicativa o la ilegitimidad que le adjudica, por la autoridad que le confiere a un locutor determinado o por su desautorización, por la responsabilidad que en esta interacción percibe con respecto a principios democráticos o por la indiferencia que observa. Si un grupo deslegitima, no autoriza, no percibe responsabilidad en los otros no es por la forma más o menos correcta del lenguaje en cuanto a la norma lingüística sino porque se produce un quiebre en la sociabilidad, en la comunicabilidad, en el proceso de apropiación de un lenguaje fecundo con el cual poder designar al mundo y finalmente, significar.
Frente a lo legítimo, es decir, "lo que se puede y debe decir" porque es aceptable para una sociedad en un momento determinado surgen los derechos. El derecho a la pluralidad de expresión, de estilos, de lenguajes. El derecho a contribuir a la adquisición lingüística por parte de los integrantes de una comunidad. El derecho a la no discriminación, descalificación o agresión por medio del lenguaje de cualquier sector social. Con ello se lleva a la práctica una democracia ejercida por medio de una ética de la responsabilidad donde el lenguaje tiene mucho que decir.

Fuente: http://www.comfer.gov.ar/documentos/pdf/lenguatv.pdf

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