viernes, 1 de octubre de 2010

PROMISCUIDAD, programa Nº 25 del 17 de septiembre de 2010

1. Los hechos son tozudos
Como punto de partida, es preciso reconocer los hechos en sus verdaderas dimensiones:
“España es uno de los países desarrollados en los que la incidencia de embarazos adolescentes ha ido aumentando desde mediados de los 90 hasta la actualidad en todos los grupos de edad. Paralelamente también el número de IVE [abortos] ha ido en aumento hasta duplicarse en el periodo comprendido desde 1995 a 2004.”
EPIDEMIOLOGÍA Y PREVENCIÓN DEL EMBARAZO NO DESEADO EN ADOLESCENTES, Ana I. González Tallón, Alberto Gutiérrez Vozmediano, Jorge López González, Raquel Martín Alonso, Helena de la Torre Martín, Mª Pilar Zazo Lázaro. Tutores: Dra. A. Graciani y Dr. J.R. Banegas
Ante esta proporción directa entre la llamada educación sexual y la promiscuidad entre los jóvenes cabe plantearse una disyuntiva:
• o las autoridades sanitarias no son capaces de establecer una educación sexual eficaz
• o, conscientes de esta imposibilidad, despliegan sus campañas con la única finalidad de trivializar la sexualidad fomentando entre la juventud una actitud de disfrute inmediato e irresponsable.2. Informar no es educar
Una educación sexual digna de tal nombre no puede confundirse con una difusión indiscriminada de información sexual. Informar no es educar. Educar es procurar que el educando se desarrolle como persona lo más plenamente posible. Y en esta tarea, junto a la información, juega un papel primordial la voluntad.
Educar la sexualidad mediante folletos es como pretender ser campeón del mundo de Fórmula 1 simplemente leyendo libros de mecánica.
El impulso sexual es propio de la naturaleza humana pero, a diferencia de los animales, el hombre dispone de unas potencias de orden superior -la inteligencia y la voluntad- que, entre otras cosas, se ocupan de ordenar los impulsos y pasiones. Esta racionalidad no trata de sofocar las pasiones, sino de sacar de ellas su mayor provecho ajustando su momento, lugar e intensidad.
Ya la civilización griega -promiscua como ninguna- acabó advirtiendo que dar rienda suelta a las pasiones no proporciona un placer absoluto, porque conlleva incurrir en consecuencias negativas, muchas veces graves. Y así desarrollaron una ética que impuso un cierto control de las pasiones. De este modo, Aristóteles estableció como virtud la templanza o autocontrol:
“El hombre prudente y templado sabe mantenerse en el medio conveniente; no gusta de esos placeres que apasionan tan violentamente al intemperante; y siente más bien repugnancia a semejantes desórdenes. (…) Busca con mesura y de una manera conveniente todos los placeres que contribuyen a la salud y al bienestar; aprovecha los demás que no dañen a estos, y que no son inconvenientes, ni están fuera del alcance de su fortuna. El que se condujera de otra manera, estimaría tales placeres más que lo que valen; pero el hombre prudente no tiene tal debilidad y sólo hace lo que dicta la recta razón.”
Aristóteles, Ética a Nicómaco, Libro tercero, Capítulo XII.
Actuar racionalmente, como una persona prudente, requiere, por tanto, un esfuerzo de la voluntad por ordenar las apetencias. De tal modo que sin esta intervención de la voluntad no cabe actuar racionalmente y, en último término, ser una persona medianamente feliz.
Por tanto, cuando se pretende educar la sexualidad sin referencia alguna a la dimensión racional de la persona, a la necesidad de ejercitar el autocontrol y a ordenar las apetencias según criterios racionales, no se está educando en absoluto. Todo lo más se estará informando de las posibilidades de disfrute que una persona tiene hurtándole las consecuencias que el seguimiento del placer por el placer tiene en sí mismo.
«Debemos dejar que exploren su cuerpo», advierte la especialista. En una etapa temprana de la infancia, niños y niñas suelen presentar conductas masturbatorias que después desaparecen. Y no deben ser reprimidas, sino socializadas: «Hay que indicarle al niño dónde puede seguir estimulándose y pasándoselo muy bien sin que nadie le moleste, buscando su espacio de intimidad y respetándoselo».
Asun Coronado, del Instituto de Sexología Al Andalus de Granada.
3. La cuestión de los límites
Hemos visto que, gracias al ejercicio de la racionalidad, la persona es capaz de desarrollar un comportamiento guiado por finalidades y adoptando límites que le faciliten la consecución de las finalidades propuestas. Pero, paradójicamente, la mal llamada educación sexual que promueve la administración huye de establecer la conveniencia de límites y desarrollo del autocontrol en materia sexual. Se trata de gozar al máximo aquí y ahora.
¿Por qué, entonces, la misma administración acaba excediéndose en regular otros deseos humanos tales como el deseo de beber, de fumar, el deseo de conducir velozmente? ¿Es que, acaso, gozar de una sexualidad plena no requiere, también, de ciertas limitaciones?
Si todo el mundo entiende que no sobrepasar la velocidad de 120 km/h. facilita al conductor llegar a su destino indemne, ¿por qué rehuir el papel del autocontrol en el ámbito de la sexualidad? Máxime cuando ese autocontrol es lo que nos diferencia de los animales inferiores. Pues sencillamente porque no es “políticamente correcto”.
Repitiendo la historia, volvemos a rechazar toda actitud que suene a control, a límite. Y así, en el ámbito del ejercicio de la sexualidad, todo lo que no es un seguimiento espontáneo de deseos y apetencias se califica de represión.
Por este motivo, la educación sexual que se nos ofrece desde la administración no contempla la continencia como el primer y principal método para evitar la promiscuidad entre los adolescentes. Es de cajón, pero políticamente incorrecto.
Establecer límites es reprimir, por lo que se desestima cualquier educación que contemple entre sus normas la conveniencia de reprimir el impulso sexual.
• la filosofía griega estableció que el control de las pasiones por parte de una voluntad inteligente acaba proporcionando más bienestar que su seguimiento incontrolado. Pero el autocontrol es represión.
Sin el establecimiento de principios basados en la altura de la dignidad humana, en el valor de la donación y sin reglas que ayuden a comportarse de acuerdo a dichos principios, no es posible educar la sexualidad.
Pero entonces, dejen al menos de llamar educación sexual a lo que es una mera información anatómico-placentera. Y no se engañen: el desacreditar los límites que la educación familiar y escolar proponen a nuestros jóvenes es una guía segura para promover la promiscuidad.
«Los programas que principalmente se basan en brindar información sobre preceptos morales y sexuales (cómo funciona el sistema sexual del cuerpo y qué deben y no deben hacer los jóvenes) por lo general han fallado -resalta Fernández, que también es maestra y psicóloga-. Sin embargo, los programas cuyo enfoque principal es ayudar a los jóvenes a cambiar su conducta usando la dramatización, los juegos de situación o los ejercicios que refuercen sus habilidades sociales han mostrado ser más efectivos».
Antonia Fernández Cruz, coordinadora de Apoyo a la Función Tutorial del Profesorado y Mejora de la Convivencia en la Delegación de Educación de Granada
4. ¿Qué podemos hacer los padres al respecto?
La ofensiva del Estado por transmitir a nuestros hijos una información y una visión de la sexualidad propia de la dimensión meramente animal de la persona (por su falta de referencia al autocontrol y al seguimiento de fines superiores) está en marcha. ¿Qué papel nos toca a los padres para remediar esta escalada de promiscuidad que, más allá de las cifras, dejan un poso de amargura en tantos miles de jóvenes?
1. Ser conscientes de que somos los primeros y principales educadores de nuestros hijos también en el ámbito de la sexualidad. Para ello es necesario informarse y formarse a fin de poderles transmitir, en los momentos oportunos, el don que supone la condición sexual y los principios que deben orientar su ejercicio para que redunde en la felicidad personal y ajena.
2. Contar, si es posible, con la ayuda de personas de confianza y recto criterio que refuercen y complementen la educación paterna: algún familiar (abuelos, una tía, hermana mayor, etc.), tutores, monitores, etc.
3. Estar vigilantes respecto a los contenidos que, a través de los libros de texto, se transmiten a nuestros hijos en los centros escolares. Un reciente estudio demuestra que, la gran mayoría de los textos escolares cometen, al menos, inexactitudes científicas cuando tratan el tema de la sexualidad.
4. Controlar las cada vez más frecuentes actividades transversales y talleres que, sobre sexualidad, se imparten en los centros escolares. Exigir que se solicite a los padres, con antelación, autorización para que su hijo reciba esta formación. Revisar los contenidos y la cuantificación de quienes imparten estas actividades, a menudo militantes de partidos políticos de izquierda o de colectivos homosexuales.
5. Procurar extraer de los acontecimientos cotidianos motivos para compartir con los hijos una visión de la sexualidad y la persona humanas que resulten atractivas. Proponer ideales y ejemplos de superación facilitándoles la conclusión de que sólo las personas que procuran comportarse como tales viven de un modo feliz, a pesar de las contrariedades.
© 2009, Diario de un padre objetor. Todos los derechos reservados. Este texto puede ser citado siempre que se indique su procedencia y se enlace con su origen.
POLEMICA POR ESTUDIO SOBRE PROMISCUIDAD MASCULINA
Un estudio realizado por la Universidad norteamericana de Bradley en el cual se señala que los hombres “son promiscuos por naturaleza” originó una amplia polémica dentro de la comunidad científica, parte de la cual apoya el análisis mientras otra está en completo desacuerdo.
La conclusión del estudio, dado a conocer el pasado dos de agosto de 2003 en Washington, se obtuvo tras las entrevistas y observaciones del comportamiento de, al menos, 16.000 hombres en todo el mundo, y según David Schmmidt, que lo dirigió, “aporta el más completo examen sobre cómo se diferencian los deseos entre hombres y mujeres, al tiempo que demuestra que los hombres sean casados, solteros u homosexuales, buscan más compañeros que las mujeres”.
A juicio de Schmmidt, los resultados de dicho estudio “son muy concluyentes. Los sexos son diferentes y estas diferencias parecen ser universales”. Sin embargo, el análisis es objeto de reproches y controversias dentro de algunos sectores, muy significativos, de la comunidad científica.
Mientras el director del estudio sostiene que “no son patrones culturales, como se pensaba, los que empujan a los hombres a la promiscuidad sino pura genética”, los científicos que están en contra de sus conclusiones señalan que con dicho análisis solamente se busca “justificar la infidelidad”.
La acusación de los opositores va mucho más allá, al considerar que el estudio de la Universidad de Bradley “acomodó los resultados pensando más con el deseo que con hechos científicos”, y para la sicóloga Terri Fischer, de la Universidad Estatal de Ohio, “las inclinaciones sexuales se determinan por los patrones de comportamiento que imponen las sociedades, que están construidas a imagen y semejanza de los hombres”.
El sicólogo David Buss, de la Universidad de Texas, en cambio, otorgó su pleno apoyo al resultado del estudio de la Universidad de Bradley por considerar que “brinda luces sobre el por qué los hombres son más proclives a la pornografía y a los coqueteos”.
El estudio partió de las conductas primitivas de los seres humanos y su organización en sociedades de cazadores y recolectores, y afirma que “los hombres buscaban más variedad sexual pues era una forma de asegurar la transferencia de sus genes a futuras generaciones”. Eso significa que se quería, simplemente, asegurar la “supervivencia de la especie”, pero que al hacerlo también transmitían, de paso, el morbo de la infidelidad.
Las mujeres, en cambio, aseguraban la supervivencia de su especie al lado de un solo hombre, pues con él a su lado se incrementaban las posibilidades de criar un hijo en medio de fieras salvajes y otros depredadores, por lo cual se inclinaban hacia la “monogamia”.
La sicóloga Fischer sostiene, en contra de las tesis y conclusiones del estudio, que “mientras un hombre que tiene muchas compañeras sexuales es considerado un `macho `, a una mujer que hace lo mismo se le estereotipa como una prostituta”.
Esta conducta, a su juicio, se ha venido transmitiendo de “generación en generación”, y para abundar en su tesis, expresó que “no veo a padres estimulando a sus hijas para que tengan una vida promiscua, pero sí les veo preocupados si a los 15 o 16 años sus hijos hombres no han probado las mieles del amor”.
El estudio Bradley interrogó a hombres y mujeres acerca de “cuántos compañeros sexuales querrían tener durante el próximo mes”, y la respuesta masculina promedio fue “casi dos”, mientras la femenina señaló que “menos de uno”.
De igual manera, el estudio dice que los hombres, en los diez siguientes años, se veían compartiendo la cama, de una manera estable, por lo menos con seis mujeres. Estas, sin embargo, señalaban que solo con dos. También, al menos, el 25 por ciento de todos los hombres entrevistados respondió que preferirían más de una compañera en los días siguientes, mientras que únicamente el 4,4 por ciento de las mujeres se inclinaba por lo mismo.
Para los autores de este polémico estudio, su propia investigación explicaría el razonamiento de otro estudio, publicado también en Estados Unidos en fecha reciente, que expone como conclusión que los hombres heterosexuales buscan mujeres jóvenes y hermosas porque ven en ellas “signos de fertilidad”, mientras que las mujeres se inclinan por los hombres ricos pues de esta forma se garantiza la crianza de los hijos.
En sus tesis contrarias al estudio, la sicóloga Fischer insiste en que la sociedad obliga a las mujeres a “reprimir sus deseos sexuales” y no porque tales deseos no existan. Lo más grave, a su juicio, de este estudio dirigido por David Schmmidt, es que “será usado erróneamente por aquellos que más les conviene”.
También para ella, otro de los fallos del “Estudio Bradley” es que “no consideró el factor ambiente al realizarlo”, y sus resultados serían otros si les asegurara a las mujeres el anonimato total”.
En un estudio que ella realizó recientemente, preguntó a hombres y mujeres si recurrían a la masturbación o veían películas pornográficas. Los entrevistados debían entregar el “test” escrito de forma personal a un monitor del examen. La respuesta masculina fue abrumadora: el 75 por ciento dijo sí, mientras la cifra femenina afirmativa solo alcanzó el 30 por ciento.
La cifra femenina se incrementó hasta el 50 por ciento, cuando la sicóloga les ordenó depositar su respuesta en una caja sellada y con total anonimato y alcanzó al 65 por ciento cuando se les pidió entrar individualmente a un cuarto cerrado y depositar sus respuestas en la caja sellada, mientras el porcentaje de los hombres, en estos dos casos, se mantuvo en el mismo o parecido porcentaje del 75 por ciento de la primera muestra.
“Esa nueva modalidad demostró que las mujeres sienten lo mismo pero no se atreven a expresarlo por miedo a ser criticadas”, según Fischer, pero los científicos que realizaron el estudio Bradley no consideran que se hayan equivocado o tergiversado los resultados, que según Schmmidt son “concluyentes”, por lo que los mantienen totalmente pues “los sexos son diferentes y estas diferencias parecen ser universales”.
Fuente: http://www.elalmanaque.com/actualidad/gtribin/art232.htm

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