El populismo (del latín populus "pueblo") es un término político usado para designar corrientes heterogéneas pero caracterizadas por su aversión discursiva o real a las élites económicas e intelectuales, su rechazo de los partidos tradicionales (institucionales e ideológicas), su denuncia de la corrupción política por parte de las clases privilegiadas y su constante apelación al "pueblo" como fuente del poder.
Significados de populismo
Vale aclarar las posibles dos acepciones. El populismo en sentido positivo, lo que define es un sistema en el que el poder recaiga más en el pueblo que en sí mismo, no en que los políticos profesionales gobiernen para la mayor comodidad del pueblo. Son dos cosas distintas, no es lo mismo que los ciudadanos puedan tener más poder y menos las élites de tal manera que puedan darse cosas a sí mismos, a que sea el gobierno el que tenga el poder y ese gobierno favorezca medidas que les puedan venir bien a los ciudadanos, quienes luego recompensen con el voto. En sentido general, socialistas y comunistas han utilizado el término "populista" para definir a los gobiernos que, aún favoreciendo a los "sectores populares" (principalmente a la clase obrera), no pretenden terminar con el sistema capitalista.
Desde un punto de vista opuesto, los sectores conservadores han utilizado el término "populista" para definir a los gobiernos que están poco dispuestos a dejarse influir por los grandes grupos económicos y buscan atenerse estrictamente a las reglas de juego democráticas
Populismo en sentido negativo
El populismo con una significación peyorativa, que es la principalmente usada (y que se usará mayormente a lo largo de éste artículo), es el uso de "medidas de gobierno populares", destinadas a ganar la simpatía de la población, particularmente si ésta posee derecho a voto, aún a costa de tomar medidas contrarias al Estado democrático. Sin embargo, a pesar de las características anti-institucionales que pueda tener, su objetivo primordial no es transformar profundamente las estructuras y relaciones sociales, económicas y políticas (en muchos casos al contrario los movimientos populistas planean evitarlo) sino el preservar el poder y la hegemonía política a través de la popularidad entre las masas.
De acuerdo, con esta significación algunos movimientos populistas habrían dado a amplias capas de la población beneficios limitados o soluciones a corto plazo que no ponen en peligro el orden social vigente ni le otorgan a los ciudadanos capacidades reales de autodeterminación a los pueblos, pero que sirven para que eleven o mantengan la popularidad de los caudillos o del régimen reforzando su poder. En muchos casos a pesar del discurso contra ellas, las clases sociales estratificadas, los sectores económicos estratégicos (industriales, bancarios, etc.), los intereses eclesiásticos y militares, la función pública, se mantienen vigentes o en el mayor de los casos cambian de manos, pero el poder de tales estructuras sobre la población no desaparece.
Los discursos oficiales de estos regímenes y movimientos deben ser digeribles y del buen agrado de la población en general (para darle seguridad y satisfacción) por lo que no apelan a ideologías definidas e incluso pueden tener tintes más o menos conservadores y hasta reaccionarios, pero siempre carismáticos. Se diferencia de la demagogia porque se refiere no sólo a discursos, sino también a acciones. Así, se la puede entender como una táctica de uso limitado, o bien como una forma permanente de hacer política y permanecer en el poder.
Ahora bien, la definición abstracta de lo que es el bienestar general del "pueblo" así como de corto plazo, orden social instituido u autodeterminación permiten manipular el uso del término y aplicarlo eventualmente contra los adversarios políticos. Por ejemplo algunas veces grupos conservadores o neoliberales lo aplican erradamente a movimientos o partidos socialistas, sin embargo el populismo no aboga por ideologías precisas o por la concientización y el debate o consenso de tesis políticas o económicas claras sino que aboga por los sentimientos de aceptación masiva de un grupo en el poder y de una ideologización superficial pero intensiva. Por lo cual el populismo no es de "izquierda" o de "derecha" (si es que tal cosa puede ser diferenciable), puesto que es una práctica del grupo en el poder y no un movimiento ideológico propiamente dicho.
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Populismo
POPULISMO
El Populismo es un estilo de gobernar más que una ideología política. Por esta razón, es difícil identificar un vínculo entre una posición política en particular y el populismo. Sin embargo, es posible establecer una serie de factores que caracterizan la mayoría de gobiernos populistas.
Por lo general, el populismo nace de un líder carismático que es percibido como parte del pueblo, y que como parte de este, entiende sus problemas y dificultades. Usualmente, los líderes populistas explotan el sentimiento de opresión de las masas y las injusticias sociales para movilizar tanta gente puedan, muchas veces en contra de los intereses de las elites sociales o políticas. Los líderes populistas se mantienen en el poder precisamente por medio de su popularidad, y por esto, es necesario para ellos implementar políticas que favorezcan al pueblo, lo cual muchas veces significa poner a un lado las leyes y normas de la constitución. Muchas veces esto se ve reflejado en la nacionalización de compañías extranjeras, o la decisión de no pagar la deuda externa. Usualmente, las corporaciones y las elites económicas tienden a ser las más afectadas por las políticas populistas, puesto que el líder acude a ellas para crear antagonismos sociales que favorezcan su posición. Así, el líder es percibido como el defensor del pueblo contra los intereses voraces de las corporaciones y las clases altas.
Latinoamérica ha proporcionado un ambiente particularmente adepto para el populismo. El Ecuador tuvo a José María Velasco Ibarra, México tuvo a Lázaro Cárdenas, y Perú a Víctor Raúl Haya de la Torre. El caso más obvio, sin embargo, es el del General Juan Perón en Argentina, quien presidió su país en 1946, 1951, y de nuevo en 1973. Históricamente, pocos líderes han logrado movilizar a las masas como lo hizo Perón. La audiencia que lograba atraer sus discursos continúa siendo un fenómeno sin repetir en Latinoamérica. Además, Perón contaba con la suerte de tener una esposa tan o más carismática que él. En efecto, Evita Perón se ha convertido en un símbolo nacional en el Argentina, hasta el punto que es imposible hablar de Perón sin mencionar también a Evita.
Fuente: http://www.lablaa.org/blaavirtual/ayudadetareas/poli/poli23.htm
Democracias y populismo
Tal vez una de las expresiones más elocuentes de este viejo populismo la encontramos en aquella famosa car¬ta que Juan Domingo Perón dirigie¬ra a Carlos Ibáñez del Campo, en 1953, que recoge, mejor que el más sofisticado de los análisis, algunas de las características del viejo populismo latinoamericano: “Mi querido amigo: déle al pueblo, especialmente a los tra¬bajadores, todo lo que sea posible. Cuando parezca que ya les ha dado de¬masiado, déles más. Todos tratarán de asustarle con el fantasma del colapso económico. Pero todo eso es mentira. No hay nada más elástico que la economía, a la que todos temen tanto porque no la entienden”
De allí que no deba extrañamos que una de las consecuencias inevi¬tables de este concepto tan sui generis de “elasticidad” de la economía, a la vez que un claro legado del modelo populista en América latina haya sido durante un buen tiempo la exis¬tencia de ciclos de inflación e hiper¬inflación, acompañados de déficit fiscales crónicos.
La primera voz de alerta en torno al resurgimiento del populismo en nuestra historia más reciente estuvo asociada a las políticas económicas adoptadas en los primeros procesos de de¬mocratización, principalmente en los gobiernos de Raúl Alfonsín, Alan García y José Sarney, en la Argentina, Perú y Brasil, respectivamente. En síntesis, es lo que Alejandro Foxley en al¬gún momento llamó el “ciclo populista”: un primer año de ex¬pansión fiscal para generar un mayor poder adquisitivo en la población, aprovechando la capacidad ociosa (real o supuesta) de la economía; un segundo año en que hay que pagar la cuenta en términos tanto de inflación como de déficit fiscal; un tercer año con crisis económica transformada en crisis social, con fuer¬tes movilizaciones en las calles; y un cuarto año en que la crisis económica y social se convierte en crisis política (en el caso del presidente Alfonsín significó incluso una crisis constitucional con la entrega anticipada del gobierno a su sucesor). Una de las ventajas de Chile en haber sido la última transición en América latina, es haber aprendido, a la luz de estas experiencias de me¬diados de los ‘80, lo que no ha¬bía que hacer en materia de po¬líticas económicas.
El neopopulismo de nuestros días es más estructurado que este “ciclo populista” característico de esos años, aunque contie¬ne una paradoja: es un populismo, por así decirlo, con cierta responsabilidad fiscal, bas¬tante alejado de los procesos de hiperinflación y déficits fiscales crónicos de entonces. Debemos otorgar algún crédito a los economistas en este último aspecto, aunque siempre está por verse cómo enfrentará este nuevo populismo un ciclo económi¬co a la baja, de “vacas flacas”, en un escenario, tanto internacio¬nal como interno, de mayores restricciones y menor holgura.
En todo caso, conviene tener presente que tanto el viejo populismo como el nuevo surgen a partir de ciertas condicio¬nes sociales estructurantes, o al menos habilitantes, que lo ha¬cen posible. En el caso del nuevo populismo de América lati¬na, en nuestra historia más reciente, surge de la extendida rea¬lidad de la pobreza, la desigualdad y la desesperanza, expresado en forma más que elocuente en aquel graffiti escrito en un muro de Lima, Perú, y que nos ahorra muchos comentarios: “No más realidades, queremos promesas”. Es esta realidad de privación y exclusión, acompañada de la incapacidad de las elites tradicionales y sus instituciones para responder a las de¬mandas sociales, lo que posibilita el surgimiento del nuevo populismo y de su compañera de siempre, la demagogia.
Para ser justos y lograr un análisis más equilibrado, es preciso reconocer que detrás de muchas de estas experiencias a las que comúnmente nos referimos como “neopopulismo”, hay una con¬tribución o al menos un llamado de atención, o una voz de aler¬ta, en cuanto al énfasis en temas sociales emergentes que históri¬camente han estado muy sumergidos o camuflados, y que hoy han llegado a constituirse en parte de la agenda pública en la región. Tal es el caso, por ejem¬plo, de la realidad de los pueblos indígenas y de los movimientos sociales vinculados, tema que está para quedarse y que constitu¬ye otro de los aspectos de esta reacción antioligárquica y antielitista a la que nos referíamos anteriormente como uno de los aspectos del populismo latinoamericano.
En todo caso, y este es el punto central, una de las características del populismo latinoamericano, tanto del viejo como del nuevo, es su marcada ambigüedad en relación con la democracia representativa como forma política de gobierno. Se podrá hablar de democracias participativas, populistas o plebiscitarias, pero en ningún caso de la forma clásica de la democracia representativa.
Fuente:
http://www.revistacriterio.com.ar/politica-economia/democracia-y-populismo-en-america-latina/
POPULISMO ARGENTINO
Definir un término es cosa simple, de hecho, a la hora de emprender semejante empresa solo basta diccionario en mano. Sin embrago, distinta es la metié cuando una palabra no es solo palabra, sino concepto.
Este es el caso del populismo, pero por sobre todo Argentino.
Si UD. me pregunta cuál es hoy el principal problema del país, yo le respondo que el berretismo político o, si lo prefiere, el populismo sentimentalista.
Ya sea bajo figuras como Perón, Eva Duarte, y por qué no hasta el propio presidente Néstor Kirchner, el argentino ha buscado siempre encolumnarse tras referentes caudillistas más que instituciones fortalecidas.
Estamos, pareciera ser, a la espera permanente de un segundo salvador. Ésta vez, de rasgos humanoides.
No salvaguardamos las instituciones, a cambio, las convertimos en sedes unipersonalistas. Pulverizamos los partidos políticos, son ahora simples símbolos dirigenciales. Ejemplo: Justicialismo por Peronismo, Radicalismo por Alfonsinismo, y un sin fin más de estructuras que cambian sus nombres al de personas, como un adolescente apasionado de amante.
Digo, una sociedad que no se vuelca sobre sus estructuras tradicionales -soportes del Estado-, abre la puerta, acoge y asiste al populismo.
Por el contrario, si la ciudadanía cuenta con educación cívica, el populista no puede ni generar, ni mantener en el tiempo un discurso falso, ya que no lograría cometer su principal propósito: Convencer.
Con acabadas justificaciones se puede concluir que el populismo argentino nace, particularmente, de la mano de Perón.
Entonces la política conoció, al igual que otros países de Iberoamérca (México con Álvaro Obregón y Ecuador con José María Velasco Ibarra, entre otros), el arte del dominio de masas a través del entusiasmo.
Si bien a simple vista resulta complicado vislumbrar una finalidad concreta, el populista apela a la constante legitimación social. Esa no solo se convierte en su carta de presentación, sino también de triunfo Es un estilo. No bueno, sí malo.
Véalo de la siguiente manera: El populista es como un novio abiertamente fanfarrón y manipulador, quién aún comportándose indecorosamente frente a su novia (pueblo), logra mantener el enamoramiento con frases románticas y promesas que suenan creíbles solo a oídos de ella, una esperanzada amante. Vaya como ejemplo la famosa frase de Perón: “Mi único heredero es el pueblo”.
Nadie podría racionalmente dejarse vestir por semejante fraude verbal, sin embargo juntaba entonces a cientos de miles de personas en Plaza de Mayo sin siquiera rifar choripanes o inodoros.
Agrade o no leerlo, a muchos argentinos gusta escuchar falsas obsecuencias.
Las típicas reflexiones populistas engendran lo peor de la esencia discursiva; la hipocresía y el relativismo moral. Bastan meros dotes histriónicos para que la palabra se convierta en sentencia firme.
Los ejemplos yacen a la vista. Para hacer populismo se necesita de dos factores: emisor y receptor, y un solo elemento común: La mediocridad. Sí, a diferencia de otros regímenes, populista es quien quiere y no quien puede. No es un mérito ni una hazaña, solo una práctica vulgar.
Sí ya sé, ¡no me diga nada!… Tanta teoría lo está llevando a recordar situaciones; déjeme que lo ayude un poco… “Compren menos carne. No por culpa de los carniceros, que no tiene nada que ver con este tema. Ya sabemos bien quiénes son los responsables”.
No hace falta que aliente su imaginación pues ya debe saber a quien pertenece la frase predecesora.
A simple vista conmueve. Se entiende que éste se trata de un mandatario comprometido con las necesidades de la sociedad. Sin embargo, ¿Qué actitud hubiera tomado un político a quien la estética no le produce simpatía?
Pues es simple. En primer lugar no daría lugar a dicotomías entre el pueblo, lo haría revistar un estado de pacifismo inalienable, aún pese a las circunstancias, en lugar de actuar buscando el agrado bajo el falso pretexto de hacer valer derechos sociales.
En segundo lugar, y último, gestionaría la solución. Cosa sencilla, si se tiene experiencia, claro.
Cuando el teatro demagogo no aliente las esperanzas de las multitudes, y solo la razón consiga hacerlo, puedo asegurarles que nos habremos salvado; no solo de los populistas, sino también de aquellos que osen en un futuro serlo.
Leandro Viotto Romano es uno de los autores contemporáneos más jóvenes. A los 19 publicó su primer libro “silencio de Mudos. La subversión en Argentina. De las armas al poder institucional y político” que se encuentra por su tercera edición.
“La experiencia de todos los siglos y lugares tiene muy bien acreditado que puesto el poder soberano en manos de un solo hombre, tarde o temprano se transformará en despotismo. Una autoridad sin freno es capaz de corromper al hombre más virtuoso. Nadie que conozca la frágil naturaleza del hombre puede dudar de esta verdad”.
Deán Funes en “La Gaceta” del 20-XI-1810.
PATERNALISMO
Rosas es uno de los ejemplos más demostrativos de tal relación.
No tiene inconvenientes en manifestarlo abiertamente. Cuando asume el primer gobierno en diciembre de 1829, en la Proclama dirigida a las Milicias de la provincia, entre otras cosas les dice: “Una autoridad paternal, que erigida por la ley, gobierne de acuerdo con la voluntad del pueblo, éste ha sido, ciudadanos, el objeto de vuestros fervorosos votos”
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