martes, 5 de agosto de 2014
DIA DE LA INDEPENDENCIA ARGENTINA Y PROYECTO DE BELGRANO, programa Nº 98 del 9 de julio de 2014
Dia de la Independencia
Introducción:
El complejo proceso de revolución e independencia argentina se inició en 1810 y culminó en 1816, proceso que se abrió con la revolución de mayo, en Buenos Aires, dando paso a un nuevo orden político y alcanzó su punto descollante con la declaración de la independencia, el 9 de julio en Tucumán, mostrando la apertura del poder revolucionario hacia ese interior que le había sido fiel y que había contribuido tanto a las guerras de la independencia. El camino recorrido no fue fácil ya que tuvo que transitarse en medio de disputas entre los defensores y detractores de ese nuevo orden. La fragmentación de la antigua unidad virreinal fue una de sus consecuencias.
A pesar de la ruptura del antiguo régimen no lograba cristalizarse la independencia. Quizás el momento más radical de la revolución fue en 1813, en ocasión de celebrarse la Asamblea General Constituyente que, si bien no dictó una constitución, avanzó en la consolidación de la soberanía con la sanción de la libertad de prensa, la libertad de vientres, la extinción del tributo, de la mita (sistema de trabajo obligatorio) y el yanaconazgo (servidumbre a los extranjeros), la supresión de los títulos de nobleza y la exclusión de la fórmula de juramento de fidelidad al rey Fernando VII.
A partir de entonces, la tensión entre la capital y el resto de las jurisdicciones fue una constante, tensión que obstaculizaba el camino hacia la emancipación. Pero, producido del regreso de Fernando VII al trono luego de la derrota de Napoleón Bonaparte, y de las circunstancias adversas en territorio americano, en particular porque los ejércitos nativos habían sido derrotados en el norte y en Chile, los criollos vieron la perentoria necesidad de reunirse en Tucumán, en 1816, para definir los destinos de esta nación en formación.
Unos y otros, de una u otra manera, eran partícipes de este intrincado proceso: En las guerras de la independencia en contra del avance realista participaron criollos, indígenas y negros; En la Banda Oriental, Artigas comandaba a la población, que se organizaba a partir de verdaderas asambleas populares de la campaña; En el norte Martín Güemes impedía el avance español, con una guerra de guerrillas sostenida por sus gauchos y en Cuyo, José de San Martín, organizaba el ejército de los Andes con el aporte de toda la sociedad cuyana.
Mientras tanto, el Congreso, reunido en Tucumán, integrado por representantes de cada una de las regiones del antiguo virreinato -con excepción del litoral y de la Banda Oriental- debía decidir sobre cuestiones claves como la independencia, la forma de gobierno y la organización de la nación. El camino no era fácil. Sin estar en el seno del propio congreso, San Martín, desde Cuyo, y Belgrano, de paso por Tucumán, insistían en la necesidad de declarar la independencia.
El 9 de julio de 1816 se concretó el reconocimiento solemne de la independencia de los reyes de España, sus sucesores y metrópoli, tal como reza la declaración firmada por cada uno de los diputados asistentes. Diez días después, el 19 de julio, se agregó, a continuación de la propuesta de emancipación, “y de toda otra dominación extranjera”. Con ello se echaban por tierra los intentos de establecer un protectorado europeo.
La declaración revitalizaba la revolución en un momento de grave peligro por la embestida española. La independencia simbolizaba, políticamente, plasmar la voluntad de la nación de asumir plenamente la soberanía y conducir por sí su destino, sin sujeción a ningún poder exterior. Fue un paso fundamental para solidificar el poder político de la comunidad nacional, estructurado sobre la base de instituciones propias que la sostenían. Para ratificar esta decisión soberana, el 25 de julio el Congreso aprobó la bandera celeste y blanca, creada por Manuel Belgrano, como símbolo fundante de la nación.
A pesar de las diferentes ideas imperantes entre los diputados, respecto a la forma de gobierno a adoptar, todos y cada uno de ellos fueron coherentes con el mandato dado por los pueblos a los que representaban y concretaron el principal objetivo del congreso: la independencia nacional. El 9 de julio de 1816 se puso fin, definitivamente, al orden colonial.
Los congresales ratificaron su voluntad de independencia de las “provincias unidas de Sud América”. ¿Por qué de Sud América? La Argentina, tal cual la concebimos hoy, todavía no estaba delimitada. La voluntad de la unión de los pueblos que componían el antiguo virreinato estaba vigente y trascendía sus fronteras; prueba de ello era la propuesta de Belgrano de una monarquía incaica para definir la forma de gobierno, y la posterior campaña libertadora de San Martín, cruzando los Andes rumbo a Chile y navegando el Pacífico hacia el Perú, para lograr la independencia americana.
Hoy, frente a nuevas formas de penetración extranjera, frente a una economía globalizada que pretende condicionar las políticas nacionales, nuestros representantes deben ser también coherentes con el mandato dado por la ciudadanía, dejar de lado sus intereses partidarios y unirse en pos de consolidar la independencia nacional que costó tanto conseguirla y que cuesta aún más mantenerla.
María Mercedes Tenti (Doctora en Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Tucumán)
http://historiacriticammt.blogspot.com.ar/2012/07/la-independencia-argentina.html
“Me muero cada vez que oigo hablar de federación. ¿No sería más conveniente trasplantar la capital a otro punto, cortando por este medio las justas quejas de las provincias? Pero ¡Federación!...”
José de San Martín. Febrero de 1816.
Es sabido que la Argentina declaró su independencia el 9 de Julio de 1816, casi seis años después de comenzada la Revolución en Mayo de 1810; pero ¿fue Argentina quién se independizo de España hace casi doscientos años atrás?, o ¿fueron la Provincias Unidas del Río de la Plata?, porque claro está que en ese momento ni Paraguay, quien estaba consolidando su independencia, ni los Pueblos Libres representados por Artigas (La Banda Oriental, Santa Fe, Corrientes Entre Ríos y Misiones), sin dejar de lado a los pueblos originarios de la Patagonia y del noroeste del territorio, participaron del Congreso de Tucumán, que en medio de una complicada lucha por la independencia comenzaba a sesionar el 24 de Marzo de 1816, y al que sí concurrieron representantes de Buenos Aires y Córdoba con cuatro diputados cada uno; Alto Perú (actual Bolivia), con tres diputados, Catamarca, Mendoza y San Juan, con dos diputados cada una; y San Luis, La Rioja, Tucumán, con un diputado cada una. Tampoco podemos dejar de tener en cuenta la división que existía entre Buenos Aires y el federalismo de las provincias encabezadas por Córdoba al momento del Congreso.
Durante el Congreso quedarían expuestos claramente dos modelos de organización del Estado, uno que buscaba la centralidad ilustrada y económica (principalmente por la administración del puerto y la Aduana) de Buenos Aires bajo el manto del republicanismo; y el otro basado en la formación de una monarquía descendiente de la Casa de los Incas con gobierno en el Cuzco, y con recursos suficientes para sostener la independencia y la unión americana basado en el apoyo de los pueblos originarios. Pero una serie de acontecimientos sucedidos entre agosto y septiembre de aquel 1816 postergaron la discusión del proyecto restaurador de Belgrano, que además era apoyado por Güemes y San Martín. Este último fue quien tuvo en claro desde que llegó a estas tierras, que había que declarar la independencia como sea y luchar por ella, “primero seamos, después vemos como”; a diferencia de muchos dirigentes, San Martín, en ningún momento claudicó en sus principios, e insistió constantemente a los diferentes gobiernos hasta lograrlo.
El Camino Conocido
El 9 de Julio de 1816 antes de discutir el traslado del Congreso, se declaró la independencia: “Nos, los representantes de las Provincias Unidas en América del Sud-América, reunidos en congreso general, invocando el Eterno que preside el universo, en el nombre y por la autoridad de los pueblos que representamos, protestando al cielo, a las naciones y hombres todos del globo la justicia que regla nuestros votos, declaramos solemnemente a la faz de la tierra, que es voluntad unánime e indubitable de estas provincias romper los violentos vínculos que las ligaban a los reyes de España, recuperar los derechos de que fueron despojadas, e investirse del alto carácter de una nación libre e independiente del rey Fernando VII, sus sucesores y metrópoli”. Tres días más tarde, al correrse rumores de que se quería entregar el país a los portugueses, a la firma del juramento se agrego: “y de toda otra dominación extranjera”.
En la discusión de trasladar el Congreso a Buenos Aires por presión de los diputados que representaban a la provincia, con el argumento del peligro realista en la región de Salta y Jujuy, la revolución de Bulnes en Córdoba (caída del federalismo en Cordoba), la inestabilidad en la firma de la paz con Santa Fe y la invasión a la Banda Oriental a manos de Portugal, hubo tres posturas: la de Belgrano, Güemes y los diputados del Alto Perú quienes sostenían que el Congreso debía seguir sesionando en Tucumán; la segunda, propuesta por San Martín, fue la de sesionar en Córdoba; y la tercera, llevada adelante por los diputados de Buenos Aires encabezados por Guido, que era la de seguir sesionando en Buenos Aires con el objetivo de mejorar las relaciones diplomáticas dado la distancia que había entre Tucumán y Buenos Aires. Un año después de que se comenzara a sesionar en Tucumán (24 de Marzo de 1816), la hegemonía y centralidad que buscaba Buenos Aires lograba el traslado a esta ciudad, comenzando sus sesiones el 17 de Mayo de 1817. Dos años más tarde el objetivo de Buenos Aires estaba cumplido ya que se firmo la Constitución que fue denunciada como centralista; el 15 de Diciembre de 1819, La Gaceta de Buenos Aires publicaba y reclamaba que “Los federalistas quieren no sólo que Buenos Aires no sea la capital sino que, como pertenecientes a todos los pueblos, divida con ellos el armamento, los derechos de aduana y demás rentas generales: en una palabra, que se establezca la igualdad física entre Buenos Aires y las demás provincias, corrigiendo los consejos de la Naturaleza que nos ha dado un puerto y unos campos, un clima y otras circunstancias que le han hecho físicamente superior a otros pueblos y a la que por las leyes inmutables del orden del universo, está afectada cierta importancia moral de un cierto rango”.
El Camino Desconocido
Como mencioné anteriormente el otro modelo discutido en la formación y organización del Estado, fue el propuesto por Belgrano, basado en un proyecto de monarquía con descendencia de la Casa de los Incas, y cuya capital esté situada en el Cuzco. Idea que la historiografía clásica y liberal de la Argentina dejó de lado, además de desacreditarla de una manera “extravagante en la forma irrealizable en los medios […] tenía su razón de ser en la imaginación y no en los hechos, que a veces gobierna a los pueblos más que el juicio” dijo B. Mitre. Esta idea de Belgrano, debatida en varias sesiones, fue apoyada por varios congresales, gran parte del pueblo, incluyendo los pueblos originarios, San Martín y Güemes, quién dijo que “si estos son los sentimientos generales que nos animan, con cuanta más razón serán cuando, restablecida en breve la dinastía de los Incas veamos sentado en el trono al legítimo sucesor de la corona”.
Belgrano invitado por el Congreso “manifestó en esa oportunidad que el desorden y la anarquía de la revolución habían causado pésimo efecto en Europa, debiendo, en el día, considerarse que no lograría auxilio alguno; que se trataba de monarquizarlo todo y que siendo lo más aceptable para éstas provincias una monarquía atemperada proponía se estableciera la dinastías de los Incas, por ‘la justicia que en sí envuelve la restitución de esta Casa tan inicuamente despojada del Trono”. Yo hablé, me exalté, lloré e hice llorar a todos al considerar la situación infeliz del país. Les hablé de monarquía constitucional, con representación soberana de la Casa de los Incas: todos adoptaron la idea’” (Astesano, 1979). El objetivo era claro, formar un Gran Estado Americano basado en un proyecto económico, político y social diferente el que planteaba Buenos Aires con el puerto como centro económico.
En lo social la influencia andina estuvo presente desde el comienzo de la revolución dado que el escudo nacional fue diseñado por el grabador descendiente de los incas Juan de Dios Rivera; esta influencia también estuvo presente en sellos, monedas, e inclusive en estrofas del himno o marcha patriótica que fue escrito en quechua y castellano, y que hoy en día lamentablemente quedaron en el olvido. “... Se conmueven del Inca las tumbas / Y en sus huesos revive el ardor, / Lo que ve renovado a sus hijos / De la patria el antiguo esplendor / ¿No lo veis sobre Méjico y Quito / arrojarse con saña tenaz? / ¿Y cuál lloran bañados en sangre / Potosí, Cochabamba y La Paz?...”.
http://espacioconvergencia.com.ar/2/index.php/categorias/historia/2285-
Una MonarquÍa Inca
EN ARGENTINA EN 1810 ESTUVIMOS A PUNTO DE TENER UNA MONARQUÍA AUTÓCTONA Y ORIGINARIA INCA, SEGURAMENTE ESTAS PERSONAS QUE FESTEJAN UNA MONARQUÍA EUROPEA, SE HUBIESEN OPUESTO FERVOROSAMENTE A SEMEJANTE ACTO DE TENER DESDE NUESTRO NACIMIENTO COMO NACIÓN UNA GRAN PATRIA GRANDE.
Entre 1810 y 1820, hubo varios proyectos de crear en el Río de la Plata un reino independiente, con autoridades limitadas por una constitución al estilo de la impuesta en España en 1812 por el movimiento liberal. Las diferencias entre los distintos proyectos se deben a las familias reales que procuraba instaurar cada uno de ellos.
En la sesión secreta del 6 de julio de 1816, Manuel Belgrano (que acababa de retornar al país, después de haber cumplido una misión diplomática en Europa) invitado por el Congreso de Tucumán, expresó sus puntos de vista sobre la forma de gobierno más conveniente según su visión de la realidad europea de ese momento. Belgrano propuso una monarquía moderada en la dinastía de los incas. Su propuesta contó con el apoyo de algunos diputados. Pero la opinión mayoritaria se inclinaba por la entronización de un príncipe europeo en una monarquía constitucional independiente de toda dominación extranjera.
Una vez declarada la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América el 9 de julio de 1816, era necesario establecer la forma de gobierno. Es necesario señalar que la Independencia de las Provincias Unidas de Sud América, abarcaba un espacio mucho más amplio que la República Argentina actual, ya que concurrieron a ese Congreso diputados del Alto Perú (actual Bolivia),Perú, Chile y Argentina.. Los hombres de la época se movían en el espacio del Virreinato del Río de la Plata, que abarcaba a las actuales Repúblicas de Argentina, Paraguay, Uruguay y territorios de Brasil y Chile.
La Independencia se declaraba de España, sus reyes y “de toda otra dominación extranjera’’, y el acta estaba redactada en castellano, quichua e inglés. Sobre la forma de gobierno, recordemos que los diputados se habían educado en la monarquía, y en esos momentos en Europa predominaba la política de la Santa Alianza, que defendía la restitución al trono de los legítimos monarcas. Tanto San Martín como Belgrano defendían la monarquía atemperada, es decir constitucional. Esta forma de gobierno garantizaría el reconocimiento de las potencias europeas, el orden interno, la unión nacional y ya que ambos eran AMERICANISTAS, soñaban con establecer un Reino que abarcara toda la América del Sur, o al menos los territorios que pertenecieron a los Virreinatos del Perú y Río de la Plata.
San Martín, como Gobernador Intendente de Cuyo, a través de los diputados de esas provincias, tales como Narciso Laprida y Tomás Godoy Cruz, presionó para la declaración de la Independencia, a fin de poder llevar a cabo su epopeya libertadora de Chile y Perú.. Mientras que Belgrano fue invitado al Congreso para que realizara una exposición sobre el concepto que en Europa merecían las Provincias Unidas, “…y esperanzas que éstas pudieran tener de su protección’’.
Belgrano, recién llegado de Europa y desilusionado frente a la coronación de un monarca europeo, propuso una monarquía atemperada, que tenía como modelo a la monarquía inglesa, con un monarca de la Casa de los Incas. Según palabras de Belgrano : “…sería la Casa de los Incas la que debería representar la Soberanía Nacional, única porque anhelo, tanto más cuanto se me ha hecho la atroz injuria de conceptuarme un traidor, que trataba de vender mi patria a otra dominación extranjera.’’.
El plan de Belgrano de coronar a un monarca de la dinastía de los Incas, tenía varias ventajas: se esperaba que la población indígena se plegara en forma masiva a la causa patriota en contra de los realistas, favoreciendo así la Independencia de Perú y Alto Perú, que tenían un gran porcentaje de esta población, y se esperaba concretar la unidad de la América del Sur Española.
El diputado de Catamarca, Doctor Manuel Antonio Acevedo, acepta la moción de Belgrano, proponiendo que sea la capital la ciudad de Cuzco, tal como había sido en la época de los Incas. Observamos la ideología arribeña, (Procedentes de tierras altas) que contó con varios diputados del Interior y del Alto Perú, tales como José Severo Feliciano Malabia, de Chuquisaca, Andrés Pacheco de Melo, salteño, que vino como diputado de Tupiza, en el Alto Perú,al igual que Rivera, Castro Barros, José Ignacio Thames de Tucumán, Sánchez Loria, y otros.
Sin embargo, algunos diputados altoperuanos, tales como José Mariano Serrano, de Chuquisaca, no aceptaron la idea de tener un INCA como monarca, ya que eso significaba una reivindicación del sector indígena de la sociedad.
Otro opositor fue fray Justo Santa María de Oro, representante de San Juan, que había profesado en la ciudad portuaria de Santiago de Chile, al igual que Narciso Laprida, sanjuanino y presidente del Congreso.
Si bien Belgrano y Pueyrredón, Director Supremo, alentaban el proyecto, al igual que Tomás Manuel de Anchorena, que pertenecían al grupo porteño, otros miembros de la delegación porteña, tales como Pedro Medrano se opusieron al proyecto, ya que no podían aceptar la posibilidad que Buenos Aires dejara de ser la capital, y perdiera la hegemonía política que había alcanzado desde la creación del Virrreinato del Río de la Plata en 1776. Cuando el eje del poder político y económico se desplaza del Pacífico al Atlántico.
Finalmente triunfa la posición contraria al proyecto. Los intereses locales predominaron y se perdió la oportunidad de crear un Reino que englobara la Hispanoamérica del Sur.
El Congreso de Tucumán y el proyecto del Rey Inca de Belgrano, San Martín y Güemes. "1° Intento de Patria Grande perdido"
Entre los varios hechos que oculta la historia oficial argentina -una de las más mentidas del planeta- la propuesta de la restitución de la Monarquía Inca efectuada por el General Manuel Belgrano en el Congreso de Tucumán, el 6 de Julio de 1816 y aprobada por el mismo el 31 de julio del mismo año, es en general tratado como un disparate, una boutade del Gran General.
A diferencia de otros aspectos de nuestra historia que permiten diferenciar claramente a liberales probritánicos de revisionistas prohispánicos, el caso del proyecto de la monarquía constitucional encabezada por un Rey Inca, constituye un escándalo para ambas corrientes en general.
Todos descalifican la intención expresa de Don Manuel de devolver el poder americano a los dueños originarios y legítimos del mismo: los indios americanos y a la cultura más importante producida en Sud América hasta hoy; los Incas, los constructores del Incario.
El caso más nítido se produce con quien sería el mayor divulgador del proyecto, Don Bartolomé Mitre, quien explica minuciosamente en su Historia de Belgrano las razones y profundas convicciones que alentaban la idea en nuestros próceres.
‘Pero la monarquía incáica era todavía algo más que un ideal: era un modo convencional, y según el consenso universal, el único modelo humano digno de admirarse y de imitarse como lo es racionalmente hoy la democracia.
“Los Incas” de Marmontel (escritor francés), habían generalizado en el mundo que el imperio del Cuzco era la realización del sueño de la edad de oro, el asilo de la inocencia primitiva, el tipo ideal de civilización humana, y los conquistadores europeos eran los bárbaros que la habían ahogado en sangre, y este era el libro del vulgo de los lectores. La “Historia de la Filosofía” de Raynal (pensador y escritor francés), haciendo la exposición aparentemente científica de sus leyes, sus costumbres y su organización política deducía de ellas reglas fundamentales para el gobierno eterno de las sociedades, y este era el libro de los sabios de la época.
No es extraño que Belgrano participara de las ideas y de los sentimientos convencionales de sus contemporáneos.(…) El proyecto de restauración de la antigua monarquía de los Incas, como coronación de la revolución americana, fue promovido por Belgrano y acogido por el Congreso de Tucumán. Era una idea que estaba en la cabeza de muchos pensadores y tenía su razón de ser, sino en los hechos, por lo menos en la imaginación, que a veces gobierna a los pueblos más que el juicio.
Entrañaba empero un plan político, que tenía su filiación histórica, y que encontraba eco así en las poblaciones indígenas, como en las ideas que en aquella época circulaban respecto de la identidad de causa entre los antiguos ocupantes del suelo y los nuevos revolucionarios hijos de la tierra.
La revolución americana, radical en sus propósitos y orgánicamente democrática por la índole misma de los pueblos, fue no sólo una insurrección de las colonias hispanoamericanas contra su metrópoli sino principalmente de la raza criolla contra la raza española.(..)
Mitre (Creador y director del diario La Nación decía: "A este plan es imposible concederle sentido práctico, ni siquiera sentido común, ni aun en su tiempo; extravagante en la forma e irrealizable en los medios, concebido sobre falsas ideas, con más inocencia que penetración política y con tanto patriotismo como falta de sentido práctico. El Congreso ha perdido la noción de la realidad, en cuanto a límites y vive en una región poco menos que fantástica, puramente fantasmágorica, respecto a la unidad territorial que representaba en teoría, hacía más vagas sus fronteras, al intentar fundir un vasto imperio sudamericano en el hecho de designar al Cuzco como capital."
Mitre abandona su rol de historiador para entrar al de ideólogo de la oligarquía porteña vencedora de la larga guerra civil iniciada en 1810 y en la cual Belgrano era uno de los derrotados por el partido de Mitre. Se exaspera, pierde la línea, apela a su racismo habitual, habla de ‘monarquía en ojotas’, ‘este es un rey de patas sucias’ para terminar denostando al General Belgrano de la manera más ruin: ‘Era una risa homérica cuyos ecos llegaban hasta Tucumán.
El nombre de Belgrano, el más puro de todos, quedó tiznado. Mitre no puede disimular su odio contra esta propuesta americanista y popular, que intentaba quebrar el control hegemónico de Buenos Aires, eliminando su rol balcanizador sobre la unidad continental. Rol en el que el mismo Mitre jugó un papel determinante al servicio de los imperios británico y portugués.
Otro panorama mental encontramos en el Perú, Bolivia y, a veces en el Norte argentino. Allí la presencia de la numerosa población indígena, más la fuerte tradición de la cultura incaica, superior en la época de la conquista a la europea que trajeron los españoles -revitalizada posteriormente por las misiones Jesuíticas- constituyen la base para una revisión indigenista que rectifique algunos de los acontecimientos pasados. El continentalismo español había sido precedido por un continentalismo quichua, que debía necesariamente pesar en el nacimiento de la nueva nación americana planteado en 1780 y en 1810.
El Plan Inca aporta a una nueva línea fundante de un nuevo revisionismo, el de mirar a la historia americana desde la perspectiva de las masas indias, es decir de los pueblos masacrados, esclavizados y sojuzgados por el imperio español. Esta línea debía necesariamente hacer partir la emancipación americana desde la gran rebelión de Túpac Amaru. Así lo señalan nuestros próceres liminares en particular Castelli, Moreno y Belgrano, quienes ven en la gran revolución del Inca descuartizado, en los cien mil indios sublevados asesinados por los ‘civilizados’ españoles, el origen de nuestra gesta liberadora.
Plantear la historia desde los indios es un hecho fuertemente, subversivo. Es plantear la historia desde los malditos, desde el abajo. Desde los más pobres, los mayoritarios, la plebe más plebe. Para una historia que se basa en la "gente decente". Para los unitarios, los liberales, los conservadores el odio al indio los salvajes.
Los que se oponen a una Monarquía INCA son aquellos que reivindican a Roca como fundador del estado nacional, negando o justificando el genocidio tehuelche, araucano y pampa.
La propuesta del Rey Inca encierra la idea de la nación continental que Mayo había alumbrado El Plan Continental es la piedra angular de la estrategia sanmartiniana y de su estrecha alianza con Belgrano, Güemes y O’ Higgins. El Plan se inscribe en el tono sudamericano de la Declaración de la Independencia que fue hecha a nombre de las "Provincias Unidas en Sud América" y no "del Río de la Plata" como tergiversará el mitrismo. (El mismo Director Supremo, fue designado Director Supremo de las Provincias Unidas en Sud América. El Plan de Belgrano, San Martín y Güemes está en perfecta sintonía con la Carta de Jamaica de Simón Bolívar de setiembre de 1815.
La Monarquía Incaíca propuesta era constitucional, con una cámara vitalicia de Caciques y otra de diputados electos. La propuesta del Rey Inca debía ser bien tomada por las masas indias guaraníes y charrúas que componían la mayoría de las tropas artiguistas y que estaban emparentadas desde tiempos inmemoriales con el Incario. La cuestión del Rey Inca resolvía también de un solo golpe el problema de todos los problemas que cargaría de manera insoluble la Revolución Americana: la distribución igualitaria y democrática de la tierra.
"No dejando dudas sobre su carácter de reparación indígena la declaración de la independencia de las Provincias Unidas en Sud América del 9 de julio de 1816 fue publicada simultáneamente en tres idiomas: Castellano, Quechua y Aymará. Hasta hubo una versión en la escritura jeroglífica de los pueblos de Tihuanako".
El Plan pensaba en la gran nación americana, la Patria Grande. Dicha nación tenía como sustrato esencial y aglutinante de la americanidad, los 1000 años del Incario. Una nación organizada en base a un socialismo de estado con propiedad estatal de la tierra, el agua, las simientes, las herramientas, los recursos y los productos. Estado que se extendió durante esos mil años entre Panamá y Mendoza abarcando el grueso de Sud América y constituyendo la mayor cultura extendida por el continente y base real de la idea de una sola nación americana. Mucho más aun, si se considera que dicha cultura fue la más justa conocida hasta hoy. La única que sació el hambre de todos sus miembros, destinando su organización social para atender a los ancianos, los huérfanos, las viudas y los inválidos. La única basada en la solidaridad y la propiedad común que permitió el florecimiento de una cultura que desconocía el hambre y la necesidad, que distribuía sus recursos entre todos sus habitantes en función de sus necesidades.
Una nación que abarcara casi toda Sud América propuso Belgrano que incluía las actuales Ecuador, Perú, Bolivia, Argentina, Chile, Paraguay y Uruguay, podían adherir también Venezuela y Colombia- tendría por capital a la ciudad sagrada de los Incas: el Cuzco. Casi la misma propuesta de Moreno en su Plan Revolucionario. La misma de Castelli antes de marchar a Lima y ser derrotado en Huaqui por la traición Saavedrista. La que propondrá San Martín desde Lima en 1822, cuando envíe infructuosamente a Antonio Gutiérrez de La Fuente a negociar con Buenos Aires, luego de entrar victorioso en el Perú. La misma propuesta que hará Simón Bolívar cuando culmine la obra iniciada por José de San Martín. Algo quedó sin embargo de tamaña epopeya y sueño tan maravilloso: El escudo nacional y nuestra bandera exhiben orgullosas (aunque lo desconozcan la mayoría de los argentinos y argentinas) el Sol de los Incas, el sol de Túpac Amaru, el SOL ORIGINARIO
Inti es el nombre en quechua del Sol, considerado como un dios en la mitología INCA.
Los quechuas del Imperio inca tenían al dios Sol en el primer peldaño del escalafón celeste, con el nombre sagrado de Inti, aunque más tarde fue evolucionando hacia una personalidad más compleja y universal, que terminó por absorber a la divinidad sin nombre de la creación, para dar paso a Viracocha, una abreviatura al nombre completo del dios Apu-Qun-Tiqsi-Wira-Qutra (Apu Kon Titi Wiracocha), que es, por antonomasia, la definición total de su poder omnímodo, puesto que este nombre no es sino la enumeración de sus poderes (supremo ser del agua, la tierra y el fuego).
Este nuevo y mucho más poderoso dios Sol no estaba solo en su reino. Estaba casado con su hermana, la Luna; con quien compartía una igualdad de rango en la corte celestial. La Luna era conocida bajo el nombre de Mama Quilla.
A Inti se le representaba con la forma de un elipsoide de oro en el que también podían aparecer los rayos como otro de sus atributos de poder, y la luna tenía la forma ritual de un disco de plata.
Como creador, era adorado y reverenciado, pero a él también se acudía en busca de favores y ayuda, para resolver los problemas y aliviar las necesidades, ya que sólo él podía hacer nacer las cosechas, curar las enfermedades y dar la seguridad que el ser humano requiere
http://enfoquesgiannatiempo.blogspot.com.ar/2013/05/enfoques-monarquia-la-criolla.html
Patria Grande o Patria Chica
En 1824 el proceso de descolonización de la Sudamérica hispana había concluido, no sin grandes dificultades. En esos años comienza a advertirse la influencia de las nuevas ideas que venían de Europa, en particular de las del naciente Imperio inglés.
La argentinidad vivió tensionada por dos importantes alternativas geopolíticas: la patria grande o la patria chica.
Inglaterra fomentaba la creación de naciones más reducidas territorialmente, con una gran ciudad puerto para integrarlas con cierta docilidad al crecimiento del capitalismo, organizado, en el caso de Gran Bretaña, por el extenso dominio mundial de la reina de los mares.
La República del Uruguay, por ejemplo, fue la expresión máxima de esa lógica.
La otra idea, no sólo geopolítica sino también geocultural, fue la de la paulatina conquista de los desiertos desde la dominación portuaria y mercantil.
Irradiada desde Estados Unidos, esta noción de desierto no se refería a designar una región geográficamente árida y de vegetación escasa; tampoco humanamente a un territorio despoblado.
Este desierto nombraba la tierra en la que no existía la civilización europea del hombre blanco.
A pesar de que el Congreso de Tucumán -con el impulso de San Martín y Belgrano- fue un faro de afirmación emancipadora en una Sudamérica dominada por la restauración borbónica, la argentinidad naciente debió pasar las duras opciones geopolíticas y geoculturales que propiciarían los fenómenos de anarquía y las luchas entre federales y unitarios.
Las victorias del General Sucre en Ecuador y en el territorio boliviano empujan a éste a plantearse la organización de un nuevo estado nacional en el Alto Perú al que quiere denominar con el nombre de su admirado Bolívar.
Cuando lo consulta, el libertador le expresa su convicción de que sería importante mantener al Alto Perú ligado a la Argentina, ya que veía como un hecho positivo fundar los nuevos Estados emancipados sobre los territorios de los antiguos virreinatos y le pide que consulte con las autoridades de Buenos Aires; en ese momento histórico presididas por Rivadavia. Éste le hace notar diplomáticamente su desinterés por los territorios del Alto Perú y le aconseja organizar en principio un territorio relativamente chico y gobernable.
Cuando Sucre le trasmite esta novedad a Bolívar, el vencedor de Carabobo queda asombrado.
¿Al gobierno de las Provincias Unidas del Sur no le interesan las provincias de Tarija, Potosí y Chuquisaca -con su importante centro universitario en la ciudad de Charcas-? Le cuesta creerlo, porque Bolívar como San Martín, enseñaban que cuanto más territorio tuvieran las nuevas naciones, más potencialidad futura tendrían, contrariando la enseñanza inglesa de las naciones pequeñas con grandes centros portuarios.
Por ello no acepta el nombre de República Bolívar con la que quería llamarla Sucre y queda para esas tierras un nombre no tan personal: Bolivia.
Pero Rivadavia también comienza a utilizar la figura anglo-norteamericana de desierto que Sarmiento llevará a su cima, hiriendo de muerte -como dice Fermín Chávez- al proyecto de la nación autoconsciente alberdiano.
Obsérvese que todavía en nuestra historiografía académica se sigue llamando conquista del desierto a la realizada por los líderes del Proyecto del 80 sobre una de las llanuras más fértiles del mundo, poblada por los indios pampas, tehuelches y ranqueles.
Es una categoría demasiado foránea que merecería ser decodificada.
A pesar del notable impulso nacional del Congreso de Tucumán, la Argentina no pudo ser la Patria Grande, perdió el Alto Perú y la Banda Oriental del Uruguay. Pero tampoco fue la patria chica.
Con la expansión hacia la Patagonia se aseguró geopolíticamente ser uno de los territorios nacionales más grandes y variados en riquezas naturales del mundo.
El impulso nacional y popular que le dio el Congreso de Tucumán fue un antídoto que debilitó y, finalmente, venció a los variados intentos autonomistas interprovinciales.
En los días en los cuales conmemoramos nuestra independencia, convendría, en este mundo con nuevas potencias emergentes, reafirmar los núcleos nacionales, federales, y populares de la argentinidad, para enfrentar en mejores condiciones los grandes desafíos que las novedosas relaciones de poder mundial demandan, no sólo a nuestros conceptos geopolíticos, sino también a nuestras categorías geoculturales.
http://www.tucumanalas7.com.ar/nota.php?id=38477
Rebautizar América
Más allá de las identidades, tradiciones, culturas, que definen sus actuales repúblicas o regiones, nuestra América se erige como una unidad superior –tal vez la de mayor coherencia en el mundo- con fuertes raíces y valores comunes que la potencian como entidad más que la dividen.
El problema ha sido que nos han querido escamotear nuestra identidad, para que el sueño de la Patria Grande, de la Confederación de Repúblicas Mestizas, como quería Bolívar y tantos otros patriotas, nunca se hiciera realidad. Para ello obraron, desde el comienzo de nuestra guerra por la primera independencia, las diplomacias y fuerzas militares de Inglaterra y Estados Unidos, así como los “espíritus de localías” –entiéndase las oligarquías nacientes en cada joven república que se iba independizando- que bien denunciara Bernardo Monteagudo en su “Ensayo sobre la necesidad de una Federación General entre los Estados hispanoamericanos y plan de su organización”, escrito en Quito en 1823.
“En este continente se habla prácticamente una lengua, salvo el caso excepcional del Brasil, con cuyo pueblo los de habla hispana pueden entenderse, dada la similitud entre ambos idiomas. Hay una identidad tan grande entre las clases de estos países que logran una identificación de tipo internacional americano, mucho más completa que en otros continentes”. Esto nos señalaba el Che en su famoso Mensaje a los pueblos del mundo a través de la Tricontinental, allá por 1967.
“Por la palabra se ha unificado a América latina desde el río Bravo hasta Tierra del Fuego, por la palabra guardamos memoria, y la palabra ha sido instrumento de lucha, la palabra nos ha hecho reír, y la palabra se ha levantado en contra del silencio y en contra del sufrimiento.”
Pero volviendo al Che y su discurso citado: “Lenguas, costumbres, religión, amo común, los unen. El grado y formas de explotación son similares en sus efectos para explotadores y explotados de una buena parte de países de nuestra América. Y la rebelión está madurando aceleradamente en ella.”
Ciertamente no es nueva la descripción desarrollada por el Che: un siglo antes, más precisamente en 1864, el ministro de Relaciones Exteriores de Chile, Alvaro Covarrubias, en una nota dirigida al embajador de España, a propósito de la crisis hispano-peruana por la cuestión de las islas Chinchas, escribía:
“Las repúblicas americanas de origen español forman en la gran comunidad de las naciones, un grupo de Estados Unidos entre sí por vínculos estrechos y peculiares. Una misma lengua, una misma raza, formas de gobierno idénticas, creencias religiosas y costumbres uniformes, multiplicados intereses análogos, condiciones geográficas especiales, esfuerzos comunes para conquistar una existencia nacional e independiente: tales son los principales rasgos que distinguen a la familia hispanoamericana. Cada uno de los miembros de que ésta se compone ve más o menos vinculado su próspera marcha, su seguridad e independencia a la suerte de los demás. Tal mancomunidad de destinos ha formado entre ellos una alianza natural, creándoles derechos y deberes recíprocos que imprimen a sus mutuas relaciones un particular carácter. Los peligros exteriores que vengan a amenazar a alguno de ellos en su independencia o seguridad, no deben ser indiferentes a ninguno de los otros; todos han de tomar parte en semejantes complicaciones, con interés nacido de la propia y la común conveniencia.”
En este escenario es que el Che veía madurar la rebelión, y se preguntaba al respecto: “¿cómo fructificará?, ¿de qué tipo será? Hemos sostenido desde hace tiempo que, dadas sus características similares, la lucha en América adquirirá, en su momento, dimensiones continentales.”
El Che veía el escenario continental para la concreción de la segunda y definitiva independencia, tal como había sido escenario en la primera. La globalización de esta aldea común en que se ha transformado el mundo, nos lleva a pensar en la justeza de esta afirmación, con la cual adquiere nuevo vigor en estos comienzos del siglo XXI, el renovado objetivo de la Patria Grande, pensada su integración en términos de cierta institucionalización. Pero cuando hablamos de “Patria Grande”, ¿a quiénes estamos incluyendo? ¿Cuál es nuestra identidad? Esto es importante dilucidarlo porque, “Un pueblo sin identidad es un gigante miope. No puede ver el camino que ha de andar para su liberación. Destruir su identidad u ofuscarla significa cegar al pueblo y mantenerlo dentro de las cadenas seculares que le han sido impuestas. Contribuir a la reconstrucción y al avance de esta identidad, es decir, su capacidad de autodeterminación es, por ende, obligación prometeica de cualquier auténtico compromiso latinoamericanista.”
Horacio A. López.
http://www.centrocultural.coop/blogs/nuestramericanos/etiquetas/patria-grande/
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