viernes, 1 de julio de 2011

VIOLENCIA EN EL FUTBOL, programa Nº 60 del 1 de julio de 2011

Origen
La difusión masiva e implantación equívoca del término hooligans (del vocablo inglés que significa: "persona que causa problemas o violencia" "backstreet" o "gamberro") nace en Inglaterra junto con la Copa Mundial de Fútbol de 1966.
La prensa oficial y los portavoces del Buckingham Palace identificaron este término con la creciente ola de marginalidad, sobre todo en los otrora grandes centros industriales. Así pues se asoció con una determinada vestimenta, un argot, unas pautas de conducta y ciertos barrios. Incluso llegó a englobar diversas acciones como robos, prostitución, atracos a ciudadanos en la vía pública o el percibir los subsidios oficiales destinados a los desocupados.
No hubo una clara intención de diferenciar a los grupos violentos de los actos relacionados con el mundo del fútbol. De este modo los hooligans propiamente dichos, los desocupados o excluidos del sistema, fueron asimilados en todo el mundo a las barras bravas de Sudamérica y ultras del resto de Europa.
Ideología
Estos aficionados agresivos, seguidores de un equipo en concreto, suelen enfrentarse a menudo con los grupos del equipo contrario durante el encuentro. La tensión aumenta durante los llamados clásicos o derbys, que son encuentros entre equipos de la misma ciudad, o equipos con una gran competencia histórica.
Estos encuentros violentos entre grupos han dado lugar a numerosas muertes (un promedio de media docena al año en la década del 90)7 y tragedias a lo largo de la historia del fútbol inglés. En 1985, en el estadio de Heysel (Bruselas), mueren 39 personas, en su mayoría italianos, durante un ataque artero de los aficionados del Liverpool, que esa noche jugaba con la Juventus, la final de la Copa de Europa. Trasladados los muertos y heridos el partido se jugó igual
Fuente: http://es.wikipedia.org/wiki/Hooligan#Historia
Disertación del doctor José Luis Meiszner

Análisis y soluciones para la violencia en el fútbol


El Secretario Ejecutivo de la Presidencia de la Asociación del Fútbol Argentino fue uno de los principales disertantes en el Seminario realizado el 3 y 4 de julio en el Salón Dorado de la Municipalidad de La Plata organizado por el Instituto de Estudios Políticos y Sociales y el Observatorio para la Prevención de la Violencia y la Discriminación en Espectáculos Deportivos.
I Seminario Internacional “El rol del Estado frente a la violencia y la discriminación en Espectáculos Deportivos”.

A continuación, los extractos más sustanciales de la exposición de José Luis Meiszner.
"En la actualidad, frente a un lamentable y desgraciado hecho de violencia en el fútbol aparecen inmediatamente las colas por el sí o por el no, importan muy poco los fundamentos, mucho menos los atenuantes, ni siquiera los agravantes, y se ponen en funcionamiento diferencias jurídicas como la de las responsabilidades penales objetivas. Entonces, ha muerto alguien en ocasión de un partido de fútbol y un dirigente es un asesino. Esto, muy lejos de propiciar un camino que nos conduzca de una vez por todas a tratar, cuanto menos paliar, las consecuencias de un flagelo social como lo es la violencia, nos aleja cada vez más de intentar una búsqueda para modificar conductas colectivas, sociales, que, sabemos absolutamente en plenitud, está muy lejos del alcance de una gestión breve, efímera. Pero por lo menos empezar a trabajar para atenuarlas, a partir de que el ideal debe ser siempre posible cuando hablamos de cuestiones trascendentes en la vida.
Cuando se produce un hecho de estas características, todo el mundo sale corriendo a ver quién se saca el lazo con una pata y se lo pone al de al lado para hacerlo depositario de una desgracia de semejante magnitud. Entonces, esto de hablar de fútbol y de violencia no alcanza si no es serio y no tiene un sustento de razonabilidad. Mucho menos puede fundar la reflexión de ser un colaborador para mitigar las consecuencias de este flagelo, que no es del fútbol sino del hombre y en consecuencia de la sociedad.
Quita de puntos
Puntualizando en un hecho lamentable y violento que haya ocurrido en una cancha de fútbol, si el organizador ha pagado la policía, si la gestión policial está siendo llevada a cabo por los funcionarios policiales, si ha habido un cacheo, si se ha cumplido con todas las normas, si se inspeccionó el estadio y el organizador cumplió con todo, aquello de la responsabilidad penal objetiva y de sancionar con quita de puntos a alguien que no tuvo la posibilidad de evitar lo que iba a ocurrir, no parece ser un argumento para quedarse muy tranquilo. Ahora, cuando sí aparece manifiesta, por acción o por omisión, la responsabilidad del organizador sí puede ser pertinente el descuento de puntos.
No obstante, hay que tratar de restringirlo al máximo posible porque no pareciera ser justo que una institución pague por esos diez delincuentes en detrimento de muchos otros miles de personas de comportamientos ajustados a la convivencia, al derecho y las buenas costumbres. Siempre es preferible aprehender y sancionar a los malos. De lo contrario, es mucho más aproximado a la justicia militar. En cambio, la justicia civil merece el esfuerzo de la paciencia, la aprehensión y el juzgamiento y en lo posible no hacer pagar a un justo por pecador. Ese también es un bien jurídico a recuperar.
La reducción al 50 por ciento de la capacidad de las tribunas
En realidad no se redujo la capacidad sino que se instalaron asientos. La obligación ya casi universal e indiscutida del público sentado ha llegado a nuestro país y en algunas jurisdicciones estamos a menos de un año de que todo el mundo esté sentado. En aquellos lugares donde todavía el público estaba de pie, la reducción de la capacidad más allá de los beneficios para la individualización, lleva el propósito que todo aquel que esté de pie tenga la posibilidad de sentarse. Porque un hombre sentado ocupa el doble de cm2 que un hombre de pie. Esa es la razón fundamental del 50 por ciento.
Los clubes y su colaboración para erradicar a las barrabravas
No hay dos clubes que sean iguales. En algunos clubes existen extorsionadores que les quitan la mejor calidad de vida a los dirigentes para pasarla bien o tener una ventaja en un partido de fútbol. Esto es cierto, como es verdad que existen extorsionadores que limpian un vidrio en el cruce de una calle y de mala manera le piden a uno cinco pesos, así como existen extorsionadores en la puerta de un club que si no le pagan diez pesos no está el auto a la vuelta. Eso existe.
Ahora, saquemos el hipotético caso de una asociación ilícita entre directivos de un club y barrabravas que, sinceramente, de esa característica no conozco ninguna. Pero que el dirigente de fútbol vive preocupado por estos hechos, que en definitiva son los que ocurren en muchos órdenes de la vida, sí, vivimos preocupados. No todos tienen la posibilidad de poder contar con medios suficientes como para poder enfrentarlos y combatirlos. Aquella respuesta que “el que no tenga valor y que no lo haga se tiene que ir a la casa”, me parece otra respuesta fascista. En todo caso, habrá que hacer lo posible para que el extorsionador no llegue al dirigente. Porque si todo hombre bueno que no quiere convivir con delincuentes se tiene que ir a la casa, las calles van a estar cada vez más pobladas de delincuentes y los hombres buenos se quedarán dentro de sus casas.
Aquella barrabrava tradicional, llegada hace 30 años, de manos de algunas organizaciones gremiales, que iba a los clubes y pintaban paredes, ya no existen. Ahora, hay muchos que de forma absolutamente ilegítima, repudiable, viven alrededor del fútbol sacando la pequeña ventaja, cobrando el estacionamiento, tratando de sacar cuatro entradas de protocolo para venderla, intentando organizar un viaje juntando de cualquier manera un recurso, etc., Todas esas porquerías existen. Pero están presentes en un club de fútbol como en la esquina de un club o en la otra cuadra de un club. Pero no son organizaciones gestadas, alimentadas, ni mucho menos, que le signifiquen el menor de los réditos a aquél que tiene la desgracia de tener que soportarlos.
La trascendencia que el fútbol le otorga a un hecho violento o discriminatorio
Cualquier acto de violencia en ocasión de un partido trascendente de fútbol, se multiplica por millones y el conocimiento de las inconductas de ese delincuente trasciende a límites que jamás hubiera podido trascender. Entonces el fútbol es el lugar buscado por muchos, -por intereses, ideologías, por cualquier otra cosa que no sea el de buscar razonablemente la ecuación causa-efecto- como el origen de muchos de los males que nos avergüenzan como hombres y como ciudadanos. Lo cierto es que no podemos negar que el fútbol constituye un fenómeno que está muy lejos de ser, simplemente, la consecuencia de ser espectador de un partido de fútbol.
Algunos sociólogos dicen que el fútbol ha permitido que el hombre sostenga aquello que por ley natural le está dado, su arraigo al pedazo de tierra sobre el cual nació, donde vive y donde eligió morir también. Esto tiene bastante que ver con el hecho de justificar el porqué en determinados momentos el fútbol moviliza y apasiona. Y el apasionar, que es un hecho simplemente objetivo, que no es ni bueno ni malo, empieza a agregarle condimentos al deporte fútbol. De esta manera, la circunstancia empieza a tener que ver y es un valor agregado para entrar a comprender la violencia en ocasión de los partidos de fútbol. Porque la pasión, el sentimiento, el fanatismo con el que se va cargando la presencia de los espectadores -primero de los vecinos después de los espectadores- le van permitiendo al organizador de un espectáculo de fútbol no otra cosa que, al abrir las puertas de un estadio, recibir a quienes ingresan, con todos los condimentos agregados productos y subproductos que llevan a un ser humano a ver un partido de fútbol. Por eso debe ser un elemento de atención y preocupación la violencia, cómo contenerla, cómo prevenirla.
Después de ver algunos mundiales y de concurrir a algunos congresos de FIFA, puedo decir que no creo que exista un foro ecuménico de mayor respeto por el ser humano, de menor desprecio por descalificar a alguien por su religión. En el fútbol a nadie se lo mira por cómo se viste o cuál es el color de su piel. Es casi la antítesis de lo que realmente preocupa o debe preocupar cuando se habla de discriminación en un partido de fútbol. Por eso esto tiene muy poco que ver con aquello que significa pretender atribuirle al fútbol ser un nicho en el cual se gestan o se magnifican las conductas reprochables de los discriminadores o de aquellos que de alguna manera utilizan un partido de fútbol simplemente para que tenga mayor expresión pública aquello que quiere hacer. Pero no es aceptable la ligera imputación de que el fútbol es una actividad generadora de violencia o discriminación.
Volviendo a nuestro país, los argentinos somos muy particulares para magnificar algunos de estos atributos individuales y colectivos y este fanatismo, que nos prestigia como un país absolutamente involucrado con el interés por el fútbol, hace que este deporte tenga en nuestro país una carga, una serie de valores agregados, que nos lleve realmente a estar preocupados cada vez que se abre un estadio de fútbol y en cada ocasión en que se realiza un partido de fútbol.
Como decía antes, hasta hace 25 o 30 años, el fútbol no había recibido serias manifestaciones de la violencia. Los hechos de inconducta referían a temas menores comparados con los que hoy podemos tener. Pero de aquel tiempo a esta parte, la cuestión relacionada con la seguridad, con las inconductas, la falta de respeto, la multiplicación de los consumidores de droga, etc. en la Argentina nos han puesto en límites realmente preocupantes desde el punto de vista de la convivencia. Entonces, cuando abrimos una cancha de fútbol, por esa puerta ingresa la sociedad tal cual es. Es aquí donde quienes tenemos la responsabilidad de gestionar la organización de torneos y de manejos de los clubes debemos tratar de conocer cuáles son los límites de nuestras posibilidades, cuál es el problema real, hasta dónde alcanza el esfuerzo para poder aportarle soluciones al problema, cuáles son las soluciones que no se pueden prometer porque no se van a lograr. En definitiva, tratar de hacer punta en una competencia en la cual, de una vez por todas, aquellos que tenemos algo que ver en esto de vivir y no sólo de organizar partidos de fútbol en este país, tenemos algo que decir, que asumir y hacer para el futuro. Actualmente, a partir de una muerte, durante 15 días el morbo y el dolor están en los titulares de todos los diarios. Muchas veces aquellos que no conocen o no tienen una vocación por tratar de llegar al fondo de la cuestión intentan la solución milagrosa para un tema que no tiene soluciones milagrosas. Cómo se van a comportar y conducir los seres humanos, en su forma individual y social, es una cuestión cultural y la cultura no se cambia de un día para el otro. Significa un esfuerzo realmente de mucho tiempo que no da los réditos políticos que puede dar la búsqueda de una solución a partir de la modificación de una ley, la incorporación de una tecnología o la investigación de un expediente judicial. Debemos aceptar responsablemente que modificar las pautas de comportamiento de un ser humano es una tarea de todos, de todos los días y de muchísimos años. Pero también sería una ligereza de nuestra parte deslindar la responsabilidad y esperar la solución de un tercero.
Una única regulación para todo el país
Quisiera compartir algunas de las circunstancias que, en mi humilde opinión, fundada nada más y nada menos que en la experiencia de todos los días, son las verdaderas razones que vienen postergando la posibilidad de poder disfrutar de nuestra fiesta del deporte en un clima de seguridad que todos deseamos.
En toda la República Argentina se juega fútbol organizado por la AFA, a través de los clubes directamente afiliados o de las más de 200 ligas del interior. No obstante este criterio federal con que se juega al fútbol en el país, la seguridad es una facultad no delegada por las provincias a la Nación. Cada una de las provincias tiene su indiscutida facultad constitucional de poder darle a cada uno de los partidos el pertinente marco regulatorio. Y significa un gravísimo problema que tendría, en mi opinión, una fácil solución. Remarco esto porque el espectador de fútbol que hoy ve un partido en la Provincia de Buenos Aires, mañana en la Ciudad de Buenos Aires y pasado va a Rosario y luego a Córdoba, va a ser muy difícil que pueda incorporar a su esquema de aceptar las reglas de juego en la ecuanimidad y la justicia, si en cada lugar tiene regulaciones diferentes. Esto que indiscutible ocurre y es cierto, y sería absolutamente aceptable en un marco ideal de convivencia, en la República Argentina debe ser urgentemente resuelto. ¿Cómo? A través de la creación de un Pacto Federal para el fútbol. Un Pacto Federal que el propio Presidente Constitucional anterior, Dr. Néstor Kirchner, con la firma del Ministro del Interior de aquel entonces, responsable del área de seguridad en general y en particular del fútbol, el Dr. Aníbal Fernández, remitió en calidad de necesidad urgente al Senado de la Nación. Han pasado tres años y lamentablemente, el fútbol, y fundamentalmente nosotros los ciudadanos y el país, no hemos podido lograr que un proyecto de ley firmado por el Ejecutivo Nacional, contando con las posibilidades básicas para convertirlo en una norma obligatoria, al día de hoy le haya podido dar respuesta a una solución tan simple. El Pacto Federal no es otra cosa que decirles a los estados federales: “Señores, al fútbol se juega en todo el país con once jugadores, se pueden hacer la misma cantidad de cambios, y las reglas para los espectadores, para que el comportamiento sea uniforme, sean iguales para todos”. Una cosa muy sencilla.
Identificación de los espectadores
Otro gravísimo problema que tenemos en la Argentina es que no se sabe quién entra a una cancha de fútbol, ni cómo se llama, ni donde vive. Cualquiera va, compra una entrada, pone una bomba, mata a un tipo y hay que investigar siete años para ver quién es. En cualquier lugar del mundo y en aquellos donde los derechos humanos son más respetados que en el nuestro, para concurrir a un espectáculo, debe estar sentado, identificado con nombre, dónde vive, cuántos idiomas habla y cuál es su prontuario policial. Es absolutamente insólito, absurdo, que no haya una herramienta legal y tecnológica que les permita a las autoridades de seguridad ejercer el derecho de admisión en plenitud y no ejercerlo artesanalmente como lo hace la policía. Pareciera que estamos cazando liebres caminando en puntas de pie.
Por eso la individualización de los espectadores como condición elemental para la seguridad es un objetivo innegociable, irrenunciable e inminente. Mientras no se pueda dejar en la calle al que no debe entrar, y mientras no se le venda una entrada al que se le pueda vender, cualquier expresión en materia de objetivo de seguridad será absolutamente una oportunidad más perdida.
Los costos de la seguridad
Somos el único país del mundo de los 208 afiliados a la FIFA que paga los operativos de seguridad, no solamente con anterioridad sino en efectivo. Este es otro de los grandes problemas. E incluso, pagándola de esa manera, a veces el Estado no puede proporcionarla debido a que no tiene dotaciones en cantidad y calidad suficiente como para poder hacerlo. Los dirigentes del fútbol no sabemos nada de seguridad, no tenemos porqué saber de seguridad, ni siquiera tendríamos que pagar la seguridad.
Dentro de las soluciones que la AFA propone, está la de generar los recursos para que aquellos que deban gestionar y asumir en plenitud el rol de responsables de la seguridad lo hagan sin limitaciones de fondos y con la plata del fútbol. No somos tan idiotas e irresponsables como ciudadanos para pretender que se nos pague la policía en los partidos de fútbol cuando son muchas las necesidades y carencias que pueden ser consideradas como prioritarias.
Por otra parte, lo que paga la AFA es mucho pero quien cobra dice que no es suficiente. Nosotros necesitamos policías eficientes y la policía tiene efectivos cansados, todo es un serio problema. ¿Cómo se resuelve? Con plata que el fútbol debe generar creando un cuerpo de policía especializada para asistentes a espectáculos deportivos. La utilización de palos y bastones es otra locura medieval que hay que desestimarla. Si queremos vivir en un país con otra clase de convivencia, quienes cuiden de nuestra seguridad en un estadio de fútbol tendrán que ser personas formados, que no van a custodiar a delincuentes que van a robar un banco o a asaltar a una empresa en un operativo comando, sino a uno que va a ver un partido de fútbol y por ahí se porta mal.
La dilatación de las sanciones
Otro problema gravísimo es la falta de proximidad entre el hecho y la sanción. Nosotros demandamos, en una sociedad que tiene una cantidad de carencias y que se van resolviendo lentamente, respuestas a temas que nosotros consideramos prioritarios pero que no necesariamente tienen el mismo carácter para todos. Entonces aquí viene otra cuestión que precisa una solución: la creación, con dinero aportado por el fútbol profesional argentino, para un fuero jurisdiccional para hechos de inconducta deportiva. En Holanda me tocó ver en la puerta del estadio del Ajax un camioncito que era una sede de un tribunal judicial, con un fiscal, un defensor, y durante el trámite del partido quien tenía una inconducta era llevado a ese tráiler, que en ese caso era la sede del poder judicial, y antes de terminar el partido ese señor tenía sentencia por su hecho de inconducta. Proximidad, sanción ejemplar. Esto permitirá que, con toda razón, les demos a los jueces de las provincias o de la Nación la posibilidad de poder ocuparse de lo que seguramente deben considerar temas más importantes que éste.
Vivimos en un país con serias dificultades de seguridad, tenemos miedos por nuestros hijos en todo momento, cuando van a bailar, cuando vuelven de un casamiento, cuando van a trabajar. Tenemos miedo siempre, no tenemos miedo por el fútbol. Entonces en esta sociedad que vivimos hay dos alternativas. Que como hay violencia y hay violentos no se juegue más al fútbol. Algo totalmente fascista. Una aberración, una barbaridad. Triunfo de la violencia sobre la inmensa mayoría que quiere vivir en paz. O, pensar que vivir con violencia como nos toca a los argentinos hoy, significa el enorme desafío de aceptar el riesgo, de aprehender al delincuente, de juzgarlo y sancionarlo. Pero nunca de vivir puertas para adentro. Hay que salir lo más rápido posible a buscar al delincuente y darle cadena perpetua al que mató. El fútbol debe seguir. Porque con este criterio fascista de meternos puertas para adentro, de meterle rejas a los chalets, los únicos que andan libremente por la calle son los delincuentes.
Al fútbol hay que seguir jugando. Qué hacemos mientras tanto. Primero, reconozcamos que la violencia es un producto de la conducta humana que se ve en ocasión de un partido de fútbol. La violencia, la inconducta, es una debilidad humana que el fútbol permite que se muestre muchas veces anónimamente y muchas veces lejos de la posibilidad de la detención y la sanción. Es el lugar donde los cobardes pueden dejar de lados las pautas elementales de comportamiento humano sin sanción. Por eso quienes amamos a este deporte, queremos ser argentinos proactivos, queremos ser parte de la solución o de la búsqueda de la solución”.
Fuente: Revista del Fútbol Argentino

http://www.afa.org.ar/index.php?option=com_content&view=article&id=7224%3AAn%C3%A1lisis+y+soluciones+para+la+violencia+en+el+f%C3%BAtbol&Itemid=218

"¡Ratas!". "¡Hijos de puta!". "¡Cómo me gustaría tenerlos enfrente para cagarlos a trompadas!". "¡Se tienen que ir de la Argentina!".
Esto y mucho más se escuchó por una de las principales radios argentinas durante los últimos 10 minutos del partido entre River Plate y Belgrano de Córdoba, el domingo pasado, en el que el club porteño terminó descendiendo a la segunda división por primera vez en sus 110 años de historia
Las palabras las vociferaba Atilio Costa Febre, un conocido comentarista deportivo, quien duramente criticaba a los dirigentes de River por la debacle del club.
El episodio –que ocurrió en un contexto en el que después hubo graves incidentes de violencia por parte de la barra brava que dejó decenas de heridos y daños materiales- pone sobre el tapete el rol de los medios, o su responsabilidad, en la exacerbación de los sentimientos del seguidor de un equipo de fútbol.
"Acá ya no sabemos ganar, empatar o perder. Cada partido es de vida o muerte. Y en eso tiene mucho que ver el periodismo deportivo", señaló a BBC Mundo Mario Riesco, dueño de un histórico bar de fútbol en la ciudad de Buenos Aires quien tiene medio siglo recibiendo a habituales a ver partidos.
"Ha cambiado mucho desde que tenemos 24 horas de transmisiones. Se dice cualquier cosa ahora, gente que no sabe nada de fútbol. Yo por eso ya no oigo lo que dicen los periodista deportivos", aseveró.
"Ha cambiado mucho desde que tenemos 24 horas de transmisiones. Se dice cualquier cosa ahora, gente que no sabe nada de fútbol. Yo por eso ya no oigo lo que dicen los periodista deportivos"
Mario Riesco
Costa Febre no es el único que puede ser señalado de palabras "temperamentales" al aire. Pero es un ejemplo que refleja la manera en que muchos medios de comunicación transmiten el fútbol.
Para algunos es un "periodismo militante" que ocurre de igual manera en el área política de muchos países. Aquellos que realizan esta profesión tomando partido y no simplemente siguiendo una línea editorial.
"La televisión alimenta su espectáculo durante las horas necesarias. Se vende mucho la violencia", señaló a BBC Mundo Víctor Hugo Morales, de larga trayectoria en el periodismo deportivo y político.
"Tenemos un periodismo que vende un éxito o un fracaso por igual. El fracaso es condenado de una manera que no hace una ética periodística", apuntó.
¿Pero hasta qué punto es corresponsable el medio de incitar a la violencia de hinchas, como lo que sucedió con los de River?

Una sola lengua
"La responsabilidad del medio es parte de la misma cultura futbolística que le da legitimidad a la violencia", señaló a BBC Mundo el sociólogo Pablo Alabarces, quien ha investigado las causas de la violencia en el fútbol.
"Actualmente, la violencia no es excepcional, sino lo esperable en esta cultura futbolística. Se trata de una regla básica de la cultura, y los medios –aunque jamás lo reconocerán- son parte de esa misma cultura", indicó.
Un ejemplo que ofrece el sociólogo para graficar el concepto ocurrió de cara al descenso de River
Días antes del último partido que definían la suerte del club porteño en primera división se transmitieron por televisión imágenes de seguidores con una bandera que decía "matar o morir".
"Hubo un escándalo por la violencia del mensaje. Pero el día del partido el relator empieza diciendo que 'River sale a matar o morir'. El probablemente no lo dice en sentido literal, pero hace que esta metáfora se convierta en algo cotidiano", dice Alabarces.
Para algunos académicos que han estudiado el tema, también influye que el espacio entre muchos medios de comunicación y el hincha o seguidor de un club se ha reducido a la mínima expresión.
Como también sucede en política, el periodista deportivo (con excepciones, como en todo) asume un bando de manera militante.
"El momento en que el periodismo no marca distancia con el hincha lo que no se da cuenta es que también está capturado con la cultura de hincha", afirma el sociólogo.
"La cultura del hincha está organizada por el 'aguante' (manifestación de apoyo, que incluye acciones de calle) como principio básico, y el 'aguante' organiza la violencia porque llega un momento que no sólo es salir a ondear una bandera si no que se debe probar (la lealtad). Ahí llega la pelea", comenta Alabarces.
"Entonces periodista e hincha terminan hablando la misma lengua, y una sola lengua refleja una cultura", agregó.
Al revisar las redes sociales la reacción a los comentarios de Costa Febre, la respuesta mayoritaria es de apoyo o empatía por la pasión evidenciada.
La perplejidad ante lo que puede ser considerada una declaración desmedida –"manga de ladrones (…) lacra política (…) ratas con los bolsillos llenos (…) chúpenme los huevos…". – pareció bastante minoría.
¿Aceptación?
Un trabajo de campo efectuado por este sociólogo y colegas encontró en general, no sólo en equipos grandes, las comunidades alrededor de un club de fútbol legitiman al hincha violento porque "defiende el territorio".
"...Manga de ladrones (…) lacra política (…) ratas con los bolsillos llenos (…) chúpenme los huevos…"
Atilio Costa Febre, comentarista deportivo
"La idea de que la sociedad rechaza a los llamados 'violentos' es falsa", aseveró.
Dos ejemplos cita el sociólogo: el primero es que el ex presidente de Boca Juniors Mauricio Macri "manejó la barra del club durante años. Después fue premiado con su elección a ser jefe de gobierno de Buenos Aires."
El segundo, tiene que ver con un conocido presentador de televisión argentino llamado Marcelo Tinelli.
"Una semana salió a condenar unos hechos de violencia en la promoción entre dos equipos, pero a la siguiente como su club (San Lorenzo de Almagro) salió campeón, apareció celebrando en su estudio con la barra brava".

Fuente: http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2011/06/110630_argentina_futbol_medios_violencia_vh.shtml
3. Fútbol tribal

Estos procesos no desembocan en la re-afirmación de las grandes identidades futbolísticas tradicionales. Ratifican, por el contrario, la fragmentación posmoderna. Hoy puede verse un proceso de tribalización (Maffesoli, 1990), en un doble sentido: respecto de un otro radicalmente negativizado, y al interior de las mismas hinchadas.
Primero: las oposiciones locales — enfrentamientos entre equipos rivales clásicos, el eje de oposición Buenos Aires-provincias, las rivalidades barriales al interior de una misma ciudad— se radicalizan hasta configurar identidades primarias y casi esencializadas, que desplazan a todo otro relato de construcción de identidad. A diferencia del mapa europeo, los procesos de antagonización (las maneras como se estructuran las diferentes rivalidades) son muy vanados. Romero (1994) señala que, prescindiendo del enfrentamiento nacional (entre selecciones), pueden hallarse cuatro modos de articulación de la rivalidad:
a. Regional: entre equipos de distintas ciudades, regiones o comunidades, dentro de un Estado-Nación. Es el caso de madrileños y vascos o catalanes, en España; de porteños y provincianos, en la Argentina.
b. Intraciudad: entre equipos de una misma ciudad, con una historia de representación dicotómica (usualmente, ricos vs pobres). Por ejemplo, Nacional-Peñarol en Montevideo. En el caso argentino, los ejemplos son recurrentes: Rosario Central-Newell 's Oíd Boys en Rosario, Gimnasia y Esgrima-Estudiantes en La Plata, San Martín-Atlético en Tucumán; en cada ciudad el esquema se repite, aunque se trate de una localidad con un número pequeño de habitantes.
c. Interbarrial: en este caso, se trata de equipos que, dentro de una ciudad, no representan un nivel dicotómico de referencia simbólica, sino que señalan la pertenencia a un territorio definido como barrial, vecinal. Es el caso típico de Buenos Aires, donde la existencia de una enorme cantidad de equipos en la ciudad conlleva oposiciones entre territorios menores. La representación de la comunidad desaparece para dar paso a la micro-comunidad, el barrio. Pero en los últimos años, la categoría "barrio" se recubre de fuerte capacidad interpeladora. La historia de la formación de los barrios porteños, su existencia por cien años, refuerza esta integración; pero además, aparece en los últimos diez años un discurso que carga de significaciones esencialistas ese micro-territorio, como reserva moral y espiritual, como ámbito descontaminado, un espacio constituido como reserva de lo local frente a las tensiones des-territorializadoras. Los grupos juveniles son los más proclives a asumir este discurso, y a producir una metonimia entre barrio y autenticidad, visible en los grupos de rock: cuanto más barrial, más auténtico, menos "comercializado", menos sujeto a las lógicas mercantiles de la industria cultural. Esa imaginaria posición de reservorio ha sido asumida también por los propios productos de la industria, que volvieron a esgrimir estos argumentos en las ficciones televisivas, retomando viejos tópicos del teleteatro argentino de los años '60.
d. Por último, un caso absolutamente excepcional es el antagonismo intrabarrial: Romero lo ve ejemplificado en River-Boca, ambos originarios de un mismo barrio en la ribera del Río de la Plata. Sin embargo, la representación de ambos equipos excede con mucho esa referencia (son los equipos "nacionales", en el sentido de que interpelan sujetos de otras comunidades regionales fuera de Buenos Aires). A pesar de mi diferencia con el ejemplo, la ¡dea de que el fútbol argentino se caracteriza por una progresiva y microscópica fragmentación de los espacios representados es absolutamente válida. Mejor ejemplo puede verse en el fútbol de ascenso: el enfrentamiento Defensores de Belgrano-Excursionistas, ambos del barrio porteño de Belgrano, es según nuestros datos una de las oposiciones más fuertes del fútbol argentino.
Sin embargo, discrepo con Romero en cuanto a que, a medida que se achica el espacio de representación, se pierde representatividad. Por el contrario: el territorio, cuanto más segmentado y atomizado, se vuelve más cálido, adquiere mayor capacidad para interpelar sujetos. Como señalamos en el último ejemplo, una posesión de espacio micro, como lo es una porción de un barrio, se vuelve radical. Al mismo tiempo, como efecto contrario, las posibilidades de trascender ese espacio hasta dimensiones mayores (por ejemplo, la referencia nacional) se vuelven menores.9
Y segundo: al interior de las hinchadas se produce un fenómeno de segmentación novedosa, la construcción de grupos particulares identificados con nombres propios y organizados, con reparto de roles y funciones, con banderas propias, a partir de ejes identificatorios diversos, generalmente barriales, aunque en otros casos por razones más aleatorias.10 Esta hipersegmentación fractura las formas de soporte de la identidad, diseminándola en fragmentos en algunos casos irreconciliables. Este fenómeno es similar a los de la cultura del rock, donde el proceso tiene más años de desarrollo. Más: puede sostenerse la hipótesis de que se ha producido una transferencia de prácticas de la cultura del rock hacia la del fútbol, a partir de las fuertes relaciones entre ambos universos culturales y de la superposición de sujetos practicantes.11

4. La distinción: un ritual de violencia

Como todo ritual, el fútbol opera una suspensión del orden social; entre el uso de esa suspensión y el consentimiento a sus límites, navegan distintas posibilidades, ambiguas, muchas veces contradictorias. Una de ellas es la violencia: persistente como ritual de resistencia y alteridad, como lugar de apropiación de un territorio y una identidad; y también como aceptación y reproducción de las jerarquías.
Alessandro Portelli afirma que la violencia en el fútbol permite ver las continuidades entre la construcción estigmatizada de las clases populares como clases peligrosas de la revolución industrial, en el siglo pasado, y su reaparición en el mismo sentido en la revolución de la información (Portelli 1993: 78).12 La revuelta en el estadio significa, desde esta perspectiva, la puesta en escena de una distinción no codificada, antes bien estigmatizada: porque la violencia atenta contra la doble propiedad privada de la mercancía y el cuerpo, porque escapa a la monopolización del Estado —peor: reproduce sus mecanismos de arbitrariedad y racismo, y en la reproducción los exhibe.
La violencia también puede ser pensada, con Patrick Mignon (1992), como forma fuerte de la visibilidad. La crisis de participación y legitimación de las sociedades neoconservadoras, la crisis del estatus de las clases medias y de los medios para garantizarlo, la crisis de exclusión de los sectores populares, conduce a la búsqueda por parte de estos distintos sujetos de mecanismos de visibilidad: con comportamientos violentos contra sí mismos (con el consumo de drogas), contra los otros (vandalismos, etc.) o con la participación en la extrema derecha, como apunta Mignon para el caso francés. En ese mismo sentido, el espacio del estadio permite vivir un sentido de pertenencia a una comunidad por parte de los que se sienten excluidos.

Pero ese estadio, además, es escenario de la puesta en escena massmediática, lugar donde la actuación se amplifica en millones de receptores.
Sin embargo, esta noción de visibilidad admite otra lectura, no necesariamente excluyente: ser visto puede no significar una petición de inclusión por parte de aquellos que son expulsados del repertorio de lo visible y de lo decible, sino un mecanismo más autónomo y de significancia reducida a la economía simbólica de la cultura futbolística. Ser visto -ser televisable— puede reducirse a ser visto por el otro, donde el otro es la otra hinchada. La hinchada que actúa violentamente afirma su posición en un ránking imaginario (la que tiene más aguante: volveremos sobre esto), y al hacerse ver le recuerda a sus adversarios que ha ganado posiciones, que su status debe ser nuevamente discutido. Sabedores de que los medios amplifican su actuación, suplantan el boca a boca para comunicar masivamente su condición de líder. En ese ránking, el enfrentamiento con la policía confiere la mayor cantidad de puntos.
Esta ambigüedad o polivalencia de la lectura de los rituales de violencia no escapa a las líneas que venimos trazando. La violencia puede también permitir leer el sentido de escisión gramsciano, el sentimiento elemental de separación respecto de las clases hegemónicas que Gramsci rescata como núcleo de "buen sentido" de las clases subordinadas, se resuelva o no en un antagonismo declarado. Los rastros de la escisión son, en el fútbol, numerosos; son los espacios donde las relaciones de oposición con un otro que se percibe como hegemónico (poderoso) alcanzan su máxima distancia. En el fútbol, no se puede vencer con el poder, en el poder; siempre se alcanza la victoria contra las infinitas conspiraciones de los poderosos y de los massmedia. Hasta la paranoia.

Contra toda ambigüedad y complejidad, como dijimos, las interpretaciones hegemónicas en la Argentina (trabajadas como sentido común) insisten en la estigmatización acrítica: los "violentos", desde este punto de vista, son sistemáticamente jóvenes, "inadaptados", operan bajo la influencia de drogas y alcohol, y su acción es reducida a la aparición imprevisible de agentes que deben ser excluidos —del estadio y de la sociedad. La estigmatización penetra profundamente, a su vez, el discurso de los hinchas militantes, que leen a los actores de la violencia como otros de clase y cultura; compatriotas del estadio y el equipo, víctimas compartidas de la represión policial; pero también sujetos estigmatizados cuando la violencia parece deberse, básicamente, a su acción. La percepción de los hinchas militantes revela un juego interesante de posiciones. Por un lado, no se entienden como actores violentos; cuando experimentan la violencia, se colocan en posición pasiva, como víctimas de un juego que no pueden dominar y que tampoco desean jugar. Asimismo, colocan como responsables directos a actores institucionales (la policía, la dirigencia deportiva); entienden las medidas represivas como parte de un complot destinado a saquear la pasión futbolística y entregarla como mercancía a la industria del espectáculo. En ese sentido, los hinchas se entienden compartiendo con aquellos que señalan como "violentos" (se trate de barras o de grupos de acción) la defensa común de un espacio (la tribuna y el barrio), una identidad (el equipo), una práctica (la hinchada de fútbol). Pero por otra parte, atravesados por el discurso periodístico, hablados por el mecanismo del estigma, no vacilan en señalar a "los violentos", "ellos", "los negros que están locos". El policlasismo del fútbol revela aquí, de pronto, todos sus límites, para permitir la reaparición del etnocentrismo de clase y un larvado racismo.13
5. Posibilidades de la interpretación
La violencia en el fútbol argentino resume en un enunciado una importante cantidad de posibilidades. Al decir "violencia en el fútbol", usualmente no decimos nada, por querer decir todo. Del mismo modo, la reducción del problema a la acción de hooligans o barras bravas supone dejar de lado las profundas diferencias entre actores, prácticas y sociedades.
En la Argentina, la violencia es una práctica que atraviesa la vida cotidiana, la política, la economía: no sólo el fútbol. Con formas más complejas y menos reconocibles que la política represiva de la última dictadura militar (1976-1983): fundamentalmente, la persistencia y agravamiento de esa forma máxima de la violencia social que es la exclusión, la expulsión del mercado laboral y del consumo, la privación de salud y educación. Pero también la continuidad de la violencia estatal: el monopolio de la violencia legítima se transforma en ejercicio ¡legítimo de ese monopolio, dirigido de manera sistemática contra las clases populares. Cuando Archetti (1992) revisa los distintos principios de causalidad asignados a la violencia en el fútbol, se detiene en una supuesta naturaleza violenta de las clases populares argentinas (o de todas las clases populares); la historia de nuestro país señala (y así lo afirma Archetti) que las clases dirigentes han demostrado, sistemáticamente, un grado de violencia superior, si es que cedemos a la tentación de la comparación.14
La observación de los fenómenos de violencia contemporáneos, y el estudio de sus antecedentes históricos, permite una clasificación que discrimine distintos tipos de prácticas y permita comenzar un proceso de asignación de causalidades y sentidos, sin pretender que nuestra propuesta reemplace un esquema por otro, sino que ordene de otra manera el campo. Básicamente, la violencia relacionada con el fútbol puede ordenarse en:
a) Acciones organizadas y protagonizadas por "barras bravas": si bien las barras bravas argentinas son los grupos más similares a los llamados hooligans, existen diferencias notorias que ocluyen la comparación. Porque su origen está vinculado históricamente al surgimiento de la violencia política argentina, a mediados de la década del 60. No en vano, la primera aparición de estos sujetos motivó su comparación, en la prensa, con la guerrilla urbana, y en el mismo movimiento, el reclamo de acciones clandestinas para su eliminación, en una perspectiva similar a la que animó la represión ¡legal de la dictadura de 1976-1983.15 Simultáneamente, el desarrollo del llamado caso Souto (1967)16 señaló las profundas complicidades ya existentes con la dirigencia deportiva y política. La reaparición explosiva de las barras se produce a finales de la dictadura militar, en 1983, en el caso de "Negro" Thompson, líder de la barra de Quilmes y protegido por la dirigencia del club, las autoridades comunales y la Policía de la Provincia de Buenos Aires.17 Así, antes que la imitación de los hooligans británicos, las barras prefieren un modelo nativo; se configuran a semejanza de los grupos de tareas paramilitares, fuerzas de acción para tareas ¡legítimas mediante la violencia y la coacción, utilizados por dirigentes deportivos y políticos. Estas prácticas no tienen relación con las acciones que describimos en los puntos siguientes: en las emboscadas, se ve la acción de grupos pequeños y armados. La noción misma de emboscada revela una práctica organizada y dotada de racionalidad operativa -de tipo represivo.

De este modo, la violencia en el fútbol se aleja de todo "reflejo". Como dice -foucaltianamente- Tomás Abraham (1999), "la violencia en el fútbol no refleja nada, sino que es un producto sabiamente construido que hace que éste sea parte de un dispositivo más amplio de poder". Ese mecanismo de poder, al mismo tiempo clandestino y público, se espectaculariza en la arena dramática del fútbol.
b) Acciones producidas por —o en respuesta a— la violencia policial, o acciones producidas por agentes derivados de la privatización del monopolio legítimo de la violencia: el protagonismo de las fuerzas de segundad en la violencia argentina (como dijimos, no sólo en el fútbol) no ha sido suficientemente descripto, con las excepciones indicadas. Dice Romero (1994):
...en Argentina los uniformados tienen en su haber el 68% de los casos de vísctimas mortales en canchas de fútbol, un guarismo que incluye la Puerta 12 y donde la Policía Federal jamás quiso admitir ningún tipo de responsabilidad, aunque sea indirecta, ni miembro alguno de ese cuerpo fue siquiera interrogado como imputado no procesado {idem: p. 78).18
A los muertos y heridos producidos directamente por balas policiales (con el llamado caso Scaserra como prototipo),19 se suma la acción sistemáticamente violenta de la policía en la segundad del espectáculo. Todo el trato de la policía hacia los hinchas consiste en agresiones y vejaciones: la imposición de recorridos callejeros sin racionalidad organizativa, el cacheo, las prohibiciones grotescas —por ejemplo, de periódicos, cinturones y encendedores. En todos los casos, reproduciendo las conductas cotidianas, el maltrato policial constituye una imagen del ciudadano como enemigo, agravada por la persecución sistemática y el ensañamiento contra los jóvenes de las clases populares, reputados culpables de cualquier incidente aun antes de producirse. A este cuadro, al que hicimos referencia más arriba, se le suma que los procesos de privatización neoconservadores han producido la multiplicación de las fuerzas de segundad privadas, a las que se les permite el uso de armas, sin que exista ninguna regulación al respecto. Así, estos grupos son el refugio de ex miembros de la policía, en algunos casos expulsados de la fuerza por sus excesos represivos. No dejan, por lo tanto, de reproducir sus prácticas habituales.
Pero además, la presencia de la policía en la cultura futbolística argentina puede escapar a una lógica de poder. Nuestros informantes eluden la identificación de la policía con un aparato represivo estatal, sino que autonomizan su percepción hasta verla simplemente como un colectivo autónomo. Como señala una de nuestras informantes, Estela:
Todo hincha odia a la policía. Porque la policía vive provocando al hincha. La policía lo busca al hincha. Lo vive buscando permanentemente, para que el hincha salte y justificar el hecho de pegarle un palazo. Lo busca constantemente: con los caballos, no les importa nada, si hay mujeres, nada. No les importa nada más que provocar al hincha para justificar los palazos que ponen después.
Y así también argumenta Marcelo:
La única diferencia que hay entre la policía y la hinchada es que unos tienen armas y otros no. Son lo mismo. Les gusta hacer lo mismo. A los dos les gusta pegar. Hablo de la barra, no de la gente. A la policía le divierte esa cosa de pegar. Son los mismos que los de la barra con uniforme diferente.
La separación léxica que Marcelo establece entre la barra y la gente es sintomática: el hincha militante se percibe como parte de un tercer grupo, donde la barra brava tiende a parecerse a la policía y a participar de sus lógicas. Pero la policía recorre el mismo camino: no ejerce una violencia legítima, sino que actúa fuera de toda racionalidad social. No es un aparato del Estado, sino otro grupo de hinchas, sólo que -legalmente— armado. Para retorcer más nuestra argumentación: creemos que la Policía también se percibe a sí misma como un grupo de hinchas que disputa con ¡guales, sólo que abusando de su posición de poder e impunidad. Un testimonio de un hincha de San Lorenzo (un estudiante universitario de clase media) relata que:
Estaba colgando las banderas y la cana me vino a obligar a que las bajara. Yo le pregunté: "¿Por qué a los de Boca o a los de River los dejan? ¿No somos todos ¡guales? Se la agarran con nosotros porque somos chicos normales, nos ven la cara y nos prohiben colgar las banderas". El cana me contestó: "A mí me encanta cuando vienen los de Boca, porque ellos se la bancan, entonces nos podemos pelear y les podemos pegar".20
En este cuadro podemos retomar lo afirmado más arriba: si las peleas entre hinchadas suponen la discusión de un ránking imaginario entre las mismas, para ver cuál es la de mayor aguante, el enfrentamiento con la policía supone el puntaje máximo; simplemente, se trata de pelearse con otra hinchada más, aunque la más violenta, porque está legalmente armada y dispone de toda la impunidad. Así, la valoración recibida por parte de los otros aumenta verticalmente. Volviendo a Portelli (1993): la revuelta está condenada al fracaso, simplemente porque ni siquiera es revuelta. Sólo operación de prensa.
c) Enfrentamientos entre rivales por la disputa de una supremacía simbólica, o como reacción frente a una "injusticia" deportiva que suponga la reposición imaginaria de un estado de justicia ideal: en la mayoría de estos casos, la acción de las barras se ve acompañada (e incluso, superada) por la de gran número de hinchas. La violencia contra un otro radicalizado, como señalamos antes, es el lógico resultado del proceso de tribalización. La defensa del territorio, de una supremacía simbólica, se maximiza hasta desembocar, rápidamente, en la acción violenta, en un marco general donde la condena discursiva de la violencia encubre su práctica sistemática.21
Pero además, este tipo de violencia facilita la construcción de colectivos que se afirman en el contacto corporal y la experiencia compartida del enfrentamiento —fundada en la retórica del aguante. Aguante designa significados más amplios que su remisión estrictamente etimológica, ligados a una retórica del cuerpo y a una resistencia colectiva frente al otro (otros hinchas, policía, etc.). Como dice Archetti (1992), el aguante es "una resistencia al dolor y a la desilusión, una resistencia que no conlleva una rebelión abierta, pero sí, a través de los elementos trágicos y cómicos, a una serie de posibles transgresiones" (266). Ante la ¡dea de la violencia como puesta en escena de un vínculo que se quiere simétrico (Izaguirre, 1998), el aguante es la forma de reponer imaginariamente esa simetría: el aguante "disputa a la lógica el espacio de lo sorpresivo y lo sorprendente: desafía a lo que se supone ganador, enfrentándose a la superioridad, al orden inferiorizante de lo supuesto" (Elbaum, 1998: 240). El aguante es una categoría ética, que define una moralidad autónoma, sin relación con el resultado deportivo: se aguanta en la victoria o en la derrota. Pero también nombra la persistencia del machismo, la discriminación de toda otredad -básicamente, una profunda homofobia. Si hay rebeldía, ésta insiste en el viejo tópico de la reproducción de la dominación al interior de los dominados, legible también en la recurrencia racista.
En términos prácticos, el aguante se basa en una relación "espacio-habilidad": se hace necesaria una cierta habilidad de los grupos de hinchas para la defensa de un espacio, que es el campo de batalla. La permanencia en el campo adjudica instantáneamente la victoria, ya que pierde el que se retira. La habilidad necesaria, más allá de la fuerza física y la destreza en la lucha callejera, incluye una ración de intimidación al otro, que se logra a través de gritos, pedradas y movimientos corporales en los que los hinchas demuestran estar preparados para la pelea. Muchos "combates" pueden ganarse, o sea que el otro se retire (corra), sólo con la utilización de las armas intimidatorias, sin llegar a la lucha cuerpo a cuerpo.

Por último: cuando las hinchadas provocan desórdenes frente a lo que consideran una violación de la justicia deportiva (o más simplemente, un fallo equivocado adrede), ponen en escena el imaginario democrático del deporte, según el cual se trata de una disputa entre ¡guales, sin favoritismos, donde sólo la lógica del juego decide ganadores y perdedores. Ese imaginario choca frente a la paranoia dominante, la que instituye un imaginario de complicidades y conspiraciones, donde los medios de comunicación son señalados como principales operadores de los clubes poderosos. Así, la acción violenta, espontánea, lejos de toda planificación, duramente dirigida contra los que se leen como representantes del poder —policía y arbitros, pero también contra la televisión, con ataques a las cámaras o a los propios periodistas— pretende reponer esa democracia imaginaria. La desaparición de la Justicia como institución legítima del Estado, por su deterioro político acelerado en los últimos años, se representaría metonímicamente en el estadio. El espontaneísmo de los hinchas designa, también por metonimia, un último escalón del descreimiento, de la desconfianza, del hastío. No de la barbarie.
Fuente: http://www.elortiba.org/pasviol.html

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